Los animales salvajes (fragmento)Griselda Gambaro
Los animales salvajes (fragmento)

"El monje lo llevó al monasterio, en el llano bajo las montañas tan azules como el lago en el que había nacido, en cuyos jardines había un estanque poco profundo. En las tardes, su madre monje realizaba su habitual paseo hasta el estanque. Él la esperaba, la seguía en sus paseos y se ubicaba a sus pies cuando ella se sentaba en un banco frente al estanque. Podría haber sido feliz, protegido, alimentado, seguro del cariño de su madre que aparecía siempre a la misma hora, pero no lo era.
Tenía infinitos miedos, que no sabía de dónde surgían, quizás del centro mismo de la sangre vertida de su especie. Había sentido las miradas codiciosas de los campesinos a quienes sólo detenía el respeto hacia el monasterio. Los había oído hablar de otros patos cuyo destino distó de ser clemente y cuyos cuerpos, ya sin vida, habían sido sometidos a un largo tratamiento hasta aparecer sobre la mesa, crocantes, con salsas y hierbas. El pato de Pekín, aunque él no había nacido en Pekín, más sabroso que ninguno.
Era inútil que se dijera que esos peligros no lo acechaban en la protección del monasterio. Lo roía esa visión, como a alguien que sólo recuerda el riesgo de vivir y no su dicha.
La madre monje, cuando estaban juntos en el banco, hablaba. No para él, todavía muy pequeño para comprender sus palabras, sino para sí mismo. Era un hombre de fe, pero el humus de la fe no había acallado sus interrogantes. Se preguntaba sobre el misterio de cada criatura, del porqué del crecimiento de la hierba, o de la pena, esos grandes misterios donde estaba presente o desaparecía, para su espanto, la divinidad. Sin embargo, el pato abrió los oídos y la mente al discurrir del monje y así, no obstante su edad y su reducido cerebro, aprendió mucho. Fue capaz, con el tiempo, de filosofar a su manera, con breves sentencias que su madre comprendía.
Al monje le causó tal asombro esta disposición del pato que comenzó a formularle preguntas, las mismas que a él lo desvelaban y que incluso interrumpían a veces el curso sereno de sus oraciones. A pesar de su fe, el monje preguntaba: ¿Qué es la vida? ¿No te parece un sueño?, y el pato contestaba: “Si es la vida un gran sueño ¿para qué atormentarse?”.
Los ojos del monje se desbarrancaban ante la respuesta, y todas fueron siempre tan cargadas de sentido, que insensiblemente el monje pasó del asombro a un aprecio que se reprochaba, porque no debía valorizar a una criatura más que a otra. Todas eran sagradas.
Sin embargo, su aprecio creció hasta tal punto que no pudo desconocer que aun incurriendo en falta prefería el pato a cualquier otra criatura de la tierra. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com