El cero y el infinito (fragmento)Arthur Koestler
El cero y el infinito (fragmento)

"El redoble a su izquierda se hizo ligeramente más fuerte; se dio cuenta de que la puerta de hierro que separaba las celdas de incomunicados ordinarios, se había abierto. Se oyó el tintineo de un manojo de llaves, y la puerta se cerró otra vez, oyéndose los pasos que se aproximaban, acompañados de ruidos, como si se arrastrase algo por las losas. El redoble a la izquierda se elevó de tono, en un apagado crescendo, pero el campo de visión de Rubashov, limitado por las celdas 401 y 407, continuaba vacío. Los ruidos se aproximaban rápidamente, y ahora se distinguía también como gemidos y sollozos de niño. Los pasos se apresuraron, el redoble a la izquierda disminuyó ligeramente, aumentando a la derecha. Rubashov seguía redoblando, perdiendo gradualmente la sensación del tiempo y del espacio, y oyendo el hueco resonar como el de los tambores de caníbales en una selva; podían haber sido gorilas que estaban de pie detrás de los barrotes de sus jaula! golpeándose el pecho que resonaba como un tambor; aproximó el ojo a la mirilla; se levantaba y bajaba alternativamente al compás del redoble. Como antes, veía solamente la luz pálida y amarillenta de las lámparas eléctricas en el pasillo, y no divisaba más que las puertas de los números 401 y 407, pero el redoble aumentó los ruidos de arrastre y los gemidos se escucharon más cerca. De pronto, unas figuras imprecisas entraron en el campo de su visión: allí estaban. Rubashov cesó en sus golpes y miró. Un segundo después habían desaparecido. Lo que había visto durante ese segundo quedó grabado para siempre en su memoria. Dos figuras mal alumbradas, de uniforme, grandes e indistintas, arrastraban a una tercera, que traían agarrada por debajo de los brazos. La figura central colgaba como muerta; todavía presentaba una cierta rigidez de muñeco y se alargaba por detrás en toda su longitud, con la cara vuelta al suelo y el vientre arqueado hacia abajo. Las piernas se arrastraban con los zapatos resbalando por las puntas, produciendo el ruido que se oía a distancia. Blancuzcos mechones de pelo le colgaban sobre la cara, vuelta hacia las losas y con la boca abierta, de la que salía saliva que se mezclaba con el sudor que le corría por la barbilla abajo. Cuando lo sacaron del campo visual de Rubashov, arrastrándolo hacia la derecha a lo largo del corredor, los ruidos de los pies y los gemidos se fueron debilitando hasta que se perdieron, llegando a sus oídos solamente un eco quejumbroso formado por tres letras:
“u-a-u”. Pero antes de dar vuelta, cerca de la peluquería, Bogrov rugió dos veces, y esta vez Rubashov no distinguió sólo las vocales, sino la palabra completa, oyó claramente su propio nombre: Rubashov. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com