Sucedió en Palmetto (fragmento)Erskine Caldwell
Sucedió en Palmetto (fragmento)

"Eran más de las nueve cuando cedió su excitación y se sintió lo bastante cansada como para acostarse. Había empleado el último cuarto de hora en incesantes paseos por la habitación, y cuando se acostó y trató de leer una revista, permaneció largo rato apenas consciente de lo que veía en la página impresa. Hasta las ilustraciones en color se le presentaban como un inexpresivo borrón. Sus pensamientos volvían siempre a aquella noche de domingo, al largo paseo por el campo en sombras, y a las seguridades que le diera Milledge de hallar un medio para que pudieran unirse pronto.
Sumida estaba en estas cavilaciones, cuando cobró repentina conciencia de un sonido insólito, como de unas pisadas cautelosas sobre el piso sin alfombra del vestíbulo, e incorporándose en la cama, se puso a escuchar.
Como la puerta seguía abriéndose cada vez más, Vernona asió los cobertores con ambas manos, demasiado asustada para gritar pidiendo socorro. Podría ser Blanche, que hubiera subido a hablar con ella por algún asunto aunque Blanche jamás entraba a su habitación sin antes golpear. Martha Belle tenía la fastidiosa costumbre de abrir la puerta y entrar luego con aire casual; pero haría por lo menos una hora que la negra se había retirado a su casa. Como no oyera ya el chirrido de los goznes, se cubrió a toda prisa el rostro con las manos, y luego volvió a mirar.
En el primer instante, sin resuello y paralizada por el miedo, no atinó a hablar ni a moverse cuando reconoció al que había entrado en la pieza. Floyd Neighbors, cuyos ojos parpadeaban encandilados por la luz, parecía tan asustado como ella.
Se miraron con aire interrogante, y ambos parecían esperar que fuese el otro el primero en hablar.
—¡Floyd! — musitó luego Vernona con voz trémula, apenas perceptible— . Floyd… ¿Qué estás haciendo aquí? — le preguntó al cabo, con ansiedad.
Su pijama estaba doblado a los pies de la cama, lejos de su alcance, y tiró de los cobertores ciñéndose con ellos. Se le había hecho un hábito no ponerse el pijama sino hasta el instante mismo de quedarse dormida, y en cuanto a su salida de baño, estaba en una silla al lado de la pieza.
Él seguía sin despegar los labios. "



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