Los europeos (fragmento)Henry James
Los europeos (fragmento)

"Después de terminar el retrato de Gertrude, Felix trasladó al lienzo las facciones de muchos de los miembros de aquel círculo del que puede decirse que, para entonces, el hermano de la baronesa había llegado a ser eje y centro. Me temo que es necesario confesar que sus retratos eran decididamente favorecedores y que, como además añadía a sus modelos cierto encanto romántico, a nadie le parecía excesivo pagar por ellos un centenar de dólares a un joven que convertía posar en una ocupación tan entretenida. Porque Felix se hacía pagar por sus retratos, ya que no ocultaba que, al guiar sus pasos hacia el Nuevo Mundo, la curiosidad afectuosa había ido de la mano del deseo de mejorar su condición. Retrató a su tío como si el señor Wentworth nunca se hubiera opuesto a servir de modelo y, dado que logró su propósito ejerciendo tan sólo una dulce violencia, es justo añadir que, a cambio, lo único que exigió del anciano fue su tiempo. Una mañana de verano lo cogió del brazo y lo condujo, atravesando el jardín y cruzando la carretera, al estudio que había instalado provisionalmente en la casita entre los manzanos. Aquel grave caballero de Nueva Inglaterra se sentía cada vez más fascinado por su sobrino, cuya juventud, todavía intacta y siempre comunicativa, disponía ya de un repertorio tan increíblemente copioso de experiencias. Al señor Wentworth le parecía que Felix tenía que saber mucho de todo. Le hubiera gustado averiguar su opinión sobre determinadas cuestiones que él había dado siempre por resueltas en sus conversaciones pero que conocía en realidad muy superficialmente. Felix tenía una manera de juzgar las acciones humanas segura y alegremente enérgica que el señor Wentworth acabó poco a poco por envidiar, ya que parecía convertir la crítica en una cosa sencilla. Para el señor Wentworth hacerse una opinión —sobre la conducta de una persona, por ejemplo— resultaba algo así como tratar de abrir una cerradura con una llave elegida al azar. Le parecía que iba por el mundo con un grueso manojo de instrumentos inútiles colgado de la cintura. Su sobrino, por el contrario, con un simple giro de muñeca abría todas las puertas con la habilidad de un ladrón experto. El señor Wentworth, por otra parte, se creía obligado a respetar la convención de que un tío es siempre más prudente que un sobrino, aunque para ello no le quedara otra alternativa que escuchar, guardando silencio con expresión grave, el ininterrumpido y agradable flujo de palabras de Felix. Pero llegó un día en que su reserva se quebró y casi solicitó el consejo de su sobrino. "


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