La novela luminosa (fragmento)Mario Levrero
La novela luminosa (fragmento)

"La plantita que me regaló Julia acaba de perder un tallo más. Primero cayó el más pequeño, y me produjo una impresión muy fuerte. No había nada que hiciera presumir que uno de esos tallos juveniles pudiera caer, así como así. Las hojas no habían perdido nada de su color ni de su firmeza. Llamé por teléfono a Julia y le dije que había sucedido una desgracia. Se alarmó, pero después, cuando se enteró de lo que se trataba, lo tomó con tranquilidad y me explicó que sí, que a esas plantas les pasa eso, sin que ella sepa la causa. A las que ella tiene les pasó lo mismo. Pregunté si no sería el momento de pasarla a una maceta con tierra, porque seguía alimentándose sólo de agua, y me dijo que sí, que seguramente. Ese mismo día la pasé a tierra, lo cual no fue sencillo. Tuve que limpiar una maceta que había en el balcón, expuesta a las palomas y a otras fuentes de mugre. Ya no tenía nada vivo adentro, salvo algunas hormigas pequeñas. Esa maceta había albergado a un yuyo horrible que una vez se me ocurrió plantar en Colonia; en realidad es muy lindo y gracioso de aspecto, pero en ciertas épocas del año, y tal vez demasiado a menudo, suelta un olor pestilente, como a carne podrida, o por lo menos abombada. Recordé el olor que traía en ciertas épocas del año el perro Pongo cuando regresaba de sus correrías por Colonia (¿qué será del perro Pongo?). Yo lo imaginaba revolcándose perversamente en la carne de animales muertos que encontraría por ahí, pero cuando descubrí las virtudes de este yuyo me di cuenta de que era mucho más razonable pensar que simplemente atravesaba espacios donde el yuyo abundaba. Claro que había algo perverso de todos modos, porque ese olor le gustaba, o de lo contrario no habría pasado por esos lugares. Y como certificando la rivalidad irreconciliable de perros y gatos, pude comprobar que la gata de mis vecinos odiaba este yuyo, y fue ella quien se ocupó de destrozarlo, durante semanas y meses, hasta que el pobre ya no hizo ningún esfuerzo más por sobrevivir. La maceta fue invadida por pastos que nadie regó y también se secaron. Pero es posible que gatos y perros no sean necesariamente tan opuestos en todo; quizá la gata lo destrozó por amor, porque le gustaba, y tal vez lo cortaba para comerlo. Lamento no haber prestado mayor atención a los hechos en su momento; ahora no tengo la menor chance de averiguar cuánta verdad hay en estas disquisiciones.
Alguien se preguntará por qué conservé ese yuyo durante tantos años y por qué lo tuve siempre conmigo mientras vivió. La respuesta es que yo nunca me ocupé personalmente de las mudanzas de domicilio, de las que hubo unas cuantas, y que los encargados de la mudanza fatalmente trasladaban esa maceta con ese yuyo adonde nos mudáramos; y cuando finalmente me vine a vivir solo, la persona que preparó la mudanza consideró que ese yuyo me pertenecía y me lo envió, junto a otras macetas con otras plantas que alguna vez yo había criado, aunque ahora no quería tener plantas, porque aquí, en este apartamento, no hay un lugar apropiado para ellas, y no me gusta verlas sufrir. Las hice colocar en el lugar donde pensé que menos podrían sufrir, o sea en el balcón, en el balcón del living-comedor, y allí recibieron sol y lluvia y vientos y fríos y todo lo demás, sin que nadie se preocupara por ellas. Tal vez fui cruel, pero la verdad es que apenas podía ocuparme de mí mismo, y hasta por ahí nomás. Hasta por ahí nomás. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com