Vineland (fragmento)Thomas Pynchon
Vineland (fragmento)

"Claro que, con el paso del tiempo, empezó a hacerse preguntas. Pero no podía sonsacarla… lo eludía, miraba a otro lado y sonreía, no de forma siniestra sino con la mirada perdida semiprofesional y secreta de un niño, nostálgica (aunque sólo años más tarde le contaría cómo utilizó esa nostalgia para pasar el mal trago) del Retiro, la sierra nubosa, los altos muros oscuros, donde podía anidar con las otras… no gorriones tullidos, sino aves de presa, despeluchadas por la tormenta, cansadas de la caza, para descansar y recuperarse… nostálgica de las montañas, en buena medida como antaño había imaginado, románticamente, a su viejo maestro Inoshiro Sensei. Para eso la había preparado… para heredar su propia trabazón del mundo, y ahora, con aquel demencial timo karmológico de Takeshi, también en el pasado, y en los crímenes transmundanos, los mil sangrientos arroyos en los confines del tiempo que se extendían, sombríos, hacia el interior desde las costas ramplonas del Ahora.
Cuando Takeshi y LD llegaron a abrir la tienda, Vato y Blood estaban repantigados en sillas plegables, tarareando una extraña antífona ad libitum, que interrumpían de vez en cuando para retomar simultáneamente la melodía dos compases y medio más allá, zumbando con la amenaza latente de un enjambre de abejas. Era el famoso tema de Grúas V y B, basado en el himno ¡Yo soy Chip!… ¡Yo soy Dale! de los dibujos animados de Disney, cantado originalmente por dos ardillas que nunca llegaron a alcanzar el carisma o el reconocimiento que disfrutó el trío de Ross Bagdasarian, Alvin, Simón y Theodore. En Vietnam, Vato y Blood solían trabajar en el parque móvil, pero de vez en cuando tenían que salir en alguna caravana. A la vuelta de lo que supuestamente tenía que haber sido un paseo rutinario por los bosques y resultó un oscuro acontecimiento cargado de muertes, entraron una tarde al azar en un galpón de cemento en las profundidades del complejo de Long Binh, un verdadero antro, abrieron unas cervezas y se sentaron a ver la tele. En tierras lejanas, algún oficial había decidido que los dibujos animados de Disney eran precisamente el tipo de diversión que necesitaban, lo que era verdad, aunque por otras razones. De pronto, mientras otros parroquianos se apartaban nerviosamente de los muchachos, aparecieron Chip y Dale, y con ellos un inequívoco relámpago de reconocimiento. Tras escuchar el tema del dúo de ardillas un par de veces, absorbiendo la letra y la melodía, Blood, volviéndose hacia Vato durante un anuncio de propaganda para el reenganche, cantó «Yo soy Blood», y Vato inmediatamente respondió, con voz aflautada, «¡Yo soy Vato!». Juntos cantaron «No somos más que un par de hijos-de-puta/dispuestos…», momento en el que se produjo un desacuerdo cuando Vato siguió con la letra de Disney, «dispuestos a divertirnos», mientras Blood, desviándose de ella, optó por «dispuestos a romper cabezas», volviéndose inmediatamente hacia Vato. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com