Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre (fragmento)Ulrich Bräker
Historia de la vida y de las aventuras verdaderas del hombre pobre (fragmento)

"De niño solo fui unas cuantas semanas al colegio; en casa, sin embargo, me gustaba que me instruyesen en los asuntos más diversos. El aprender de memoria me costaba poco esfuerzo. Especial empeño ponía en la lectura de la Biblia; muchas de las historias que ahí se contaban era capaz de reproducirlas de corrido. Por lo demás, prestaba mucha atención a todo aquello que pudiese ampliar mis conocimientos. A mi padre le gustaba leer cosas de historia y de misticismo. Precisamente en esa época se publicó un libro denominado el Páter Fugitivo. Él y nuestro vecino Hans se pasaban sus buenos ratos con él; creían, como si de los Evangelios se tratase, en la caída del anticristo y en los juicios divinos que habrían de preceder al fin del mundo. También yo leí muchas de estas páginas y prediqué bastantes noches ante muchos de nuestros vecinos, con rostro entre compungido y absorto, la frente apoyada en una mano, haciéndoles creer que todo lo que ahí se decía y contaba era pura realidad, de lo cual yo mismo estaba convencido. Y es que no alcanzaba a comprender que alguien pudiese escribir un libro en el que hubiese cosa que no fuese cierta, y puesto que mi padre y Hans no parecían dudar lo más mínimo, lo que allí se decía era verdad indubitable, y no había más que decir. Esto, sin embargo, provocó en mí las imaginaciones más penosas. Quería prepararme como era debido ante la llegada del Juicio Final, que era inminente. Pero las dificultades eran extremas, no tanto porque me hubiera comportado bien o mal, sino por esos frecuentes nocivos sentimientos y pensamientos. Después quería olvidarme de todo y hacer borrón y cuenta nueva. En vano. Cuando caían en mis manos unas páginas de la Revelación de San Juan o del profeta Daniel ya no me quedaba duda de que todo aquello que escribía el Páter era verdad irrefutable. Y lo peor de todo era que este convencimiento me robaba toda alegría y valor. Cuando, en cambio, veía que mi padre y el vecino aún estaban más contentos que antes, mi confusión aumentaba, y aún hoy es el día que no me puedo explicar muy bien cómo podía ser eso. Cierto es que ambos tenían entonces una montaña de deudas, de modo que es posible que esperaran que el fin del mundo los liberara de ellas. En todo caso, yo los oía hablar de Terranova, de Carolina, Pensilvania y Virginia; en otra ocasión, de huir, sin más, de la salida de Babilonia, de los gastos para el viaje, etc. Yo aguzaba los oídos. Me acuerdo de que en una ocasión uno de ellos dejó una hoja impresa sobre la mesa, que hablaba de aquellas tierras. Debí de leerla unas cien veces; el corazón me saltaba en el pecho cuando pensaba en el hermoso Canaán, así era por lo menos como me lo imaginaba yo. ¡Ay! ¿Por qué no estaremos ya todos allí?, suspiraba. Sin embargo, esos buenos hombres sabían tan poco como yo por dónde tirar, y mucho menos, probablemente, de dónde sacar el dinero. De modo que la hermosa aventura se fue diluyendo por sí misma hasta quedarse en nada. Mientras tanto, yo seguía leyendo con empeño la Biblia, pero más todavía el Páter y otros libros, entre ellos, el Pantli Karrer y un cancionero no religioso, de cuyo título no me acuerdo, si bien solía retener aquello que había leído. Por lo demás, la inquietud en mí iba en aumento, por mucho que intentara distraerme; lo peor de todo fue que nunca me atreví a contar lo más mínimo de ello al pastor o, cuando menos, a mi padre. "


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