Las cuatro estaciones del amor (fragmento)Gregoire Delacourt
Las cuatro estaciones del amor (fragmento)

"De repente me sentí desprovista frente a mi hombrecito, frente a su primera e inmensa desilusión. Aterrorizada al ver que el nacimiento del amor siempre era tan desgarrador. Siempre tan cruel.
El fin del mundo no llegó. Los ordenadores no se colapsaron ni hicieron caer a los aviones, los satélites o las estrellas, como tampoco a los muertos a los que echamos de menos, y que están en el cielo, es de suponer.
En los últimos días del verano le expliqué a mi hijo que las penas de amor son en sí mismas una forma de amor. Que existe felicidad en la nostalgia. Y que un fracaso amoroso nunca lo es del todo: abre una nueva vía hacia uno mismo y hacia el otro, puesto que un encuentro son dos destinos que entrechocan. Me dio las gracias por mentirle; hacía mucho que había adivinado mis propias aflicciones y mis numerosos callejones sin salida. Protesté. Se encogió de hombros y murmuró un «mamá» decepcionado, y eso me hizo llorar.
Al verano siguiente volvimos a Le Touquet; Héctor empezaba a aburrirse allí, quería pasar más tiempo con sus amigos. Se iba distanciando, nuestras carantoñas se espaciaban, ya no me construía castillos con un torreón al que un príncipe vendría a buscarme. Ya no era su modelo viviente. Había dejado de creer en los cuentos, así como en las mamás rescatadas.
En la playa, algunos hombres me sonríen, pero mi sonrisa comedida los mantiene a distancia.
Con el tiempo me he descubierto apaciguada. He renunciado a la voracidad de los hombres y a mis impaciencias, ya no permito que mis tormentos escriban mi vida. He comprendido la letra de la cancioncilla Mon enfance m’appelle, de Serge Lama e Yves Gilbert:
On récolte l’ennui quand on a ce qu’on veut.
[«Uno cosecha el hastío cuando consigue lo que quiere.»]
Por fin estoy preparada para una historia que se vaya inventando día a día, la espero, me preparo para ella. He hecho el duelo de mi sueño de un amor tan intenso que sea posible morir por él; de hecho, te equivocaste de medio a medio, mamá. Empecé a amar mi vida, a amar lo que podía prometerme, con un hombre tal vez, algún día, porque realmente la soledad no es un producto de belleza.
Y en este primer verano del siglo, similar a todos los que se han sucedido hasta hoy, cada tarde acudo al cementerio, en el bulevar de la Canche, a la zona reservada a los desconocidos. Siempre llevo una Eugénie Guinoisseau, que deposito sobre la lápida, grabada con el nombre que el ayuntamiento se decidió por fin a ponerle.
Señor Rose.
Y en el frescor de la tarde, mientras espero a tener un poco de suerte con los hombres, el señor Rose y yo hablamos del amor. "



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