Margherita Pusterla (fragmento)Cesare Cantù
Margherita Pusterla (fragmento)

"Numerosos son los ejemplos alusivos a la pomposidad de los héroes y sabios de este mundo y el modo en que éste tolera sus ínfulas. ¿Acaso debería el orbe devolverles la sonrisa? ¿Cuántos de ellos no harían ostentación de sus galas? El héroe que afronta la muerte en el campo de batalla sabe perfectamente que miles de espectadores contemplan sus hazañas, que conocerá la parca en pro de la bonhomía de la patria por una causa que cree buena, que su nombre será enaltecido merced a su coraje, mientras que la cobardía conllevaría la eterna reprobación. Quienes, henchidos de orgullo, pretenden ascender sobre el patíbulo carecen de razón demasiado pronto. Si conocen el espectáculo que les ofrece la sociedad, habrán de ser juzgados en última instancia en base a su doctrina. Y quienes perseveren en el inmaculado sello de la santidad morirán por una causa noble y no por mor de la infamia.
Pero quien padece el infortunio de una soledad sin testigos, habituada a la carencia de la compasión o la burla de la cobardía y que se siente incapaz de ahuyentar este triste recuerdo, sufre. Pero quien posee la gracia de una conciencia noble, aunque aparentemente su condición sea peor que la del infractor, sopesa cada uno de sus pecados, prepara la consecuente disculpa, calcula las consecuencias ulteriores y no se deja arrastrar por falsos méritos. El inocente atraviesa con denuedo la terrible ventisca del tormento sin culpa para saciar la ira del enemigo. ¿Acaso puede el alma no albergar resentimiento alguno? ¿Existe algún modo de convivir con el rencor que no emponzoñe la posibilidad de alcanzar la dicha? Muy hermosos son los preceptos de los filósofos, aquellos que diezman cátedra y libros mostrando las excelencias contra los males pasados y futuros; pero si el presente llegara a alcanzarnos, la naturaleza reclamaría sus derechos y, riéndose, esparciría nuestro sino por el viento.
Margherita no ignoraba estas consolaciones y su padre, sabedor del gravamen de los sufrimientos y de lo corto que resulta el viaje que conduce al ataúd, le había inculcado ser precavida contra los ominosos enveses de la fortuna. Ella recordaba claramente las lecciones recibidas en los primeros años y, aunque la desventura hubiera detenido su natural decurso, su mirada postrera no languidecía con el transcurso de los mismos. Pero habiendo sido zaherida por la amargura de la vanidad, otro tipo de sentimientos pugnaban por reinar en su memoria y en su corazón y clamaba: Santa religión, inmersa en el espíritu del siglo, protégeme contra el artificio de las pasiones, contra la ineludible desilusión, contra la soberbia de las ciencias. Tú, que nos enseñaste el don del perdón, la paciencia que desde nuestro albor nos nutre de lágrimas y de sangre, llanto sanguinolento que ocupa todo el orbe. Tú, que nos bendijiste y confortaste con la gratitud del cielo frente a la abyecta miseria que se acumula sobre la tierra. "



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