La venus mecánica (fragmento)José Díaz Fernández
La venus mecánica (fragmento)

"La enorme oruga de un tren minero les condujo desde el pueblo hasta las minas. Se había habilitado un vagón para los excursionistas, a quienes acompañaba el gárrulo ingeniero del viaje de Madrid. Hacía un calor pegadizo de principios de estío. En las vagonetas iban hombres tiznados, sudorosos, con desgarradas boinas sobre la frente. En el trayecto se amontonaban las pilas de combustible, como grandes pirámides, y las murallas de briqueta, cuyos panes negros habían de alimentar las panzas insatisfechas de las máquinas. Obdulia iba sintiendo la angustia de un paisaje negro y hermético, donde el mismo sol se empavonaba y se hacía opaco. Hubo un momento en que el tren se hundió en un túnel, y ella tuvo que esforzarse en ahogar un grito de terror entre aquella oscuridad tapizada de humo.
Llegaron a una explanada, donde se abría el bostezo interminable de la bocamina. Alrededor de los almiares de carbón y de los tendejones que alojaban el material trabajaban mujeres despeluchadas y asténicas, niños casi desnudos, cargadores de pecho negro, que lanzaban a los recién llegados miradas oblicuas. Por el tenebroso agujero entraban las ristras de vagonetas, y volvían a salir repletas de carbón, que los obreros iban amontonando y clasificando después. Don Sebastián y el ingeniero explicaban a Obdulia minuciosamente las faenas de la mina, el oficio de los trabajadores y la misión de las máquinas. Pero ella apenas les oía. Un mundo distinto, el del esfuerzo muscular, el de la esclavitud asalariada, se le revelaba de pronto como un ángulo siniestro de la vida.
[...]
Cuando Víctor se dio cuenta de que había perdido a Obdulia se encerró en su cuarto de la pensión y se acostó por espacio de una semana. Se reconocía iracundo, destemplado, intratable. Lo que más le irritaba era no poder borrar el recuerdo de aquella mujer como el de otras que se extinguían para siempre en su memoria. En el encerado de la noche se acusaba mejor la figura fulgurante de Obdulia. Víctor dormía muy mal y encendía con frecuencia la luz para espantar los corpúsculos de la pesadilla. «Es ridículo que yo me preocupe de este modo por una mujer que me abandona tan fácilmente». Pero cuando se disponía a odiarla, el querido recuerdo se abrazaba a él balbuceando reproches. En efecto, había estado torpe, áspero y desacertado con ella. Ahora comprendía que Obdulia no era la amiga de una noche que derrama sus risas sobre nuestro hombro; ni siquiera la amante incidental que llega y se aleja con el mismo paso fugitivo. Era de esas mujeres contenidas y hondas que no transitan impunemente por la vida de un hombre. "



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