El juguete rabioso (fragmento)Roberto Arlt
El juguete rabioso (fragmento)

"Dío Fetente se ha despertado y comienza a vestirse, es decir, a ponerse los botines. Sentado al borde del camastro, sucio y barbudo, mira en redor con aire aburrido. Alarga el brazo y coge la gorra, entrándosela en la cabeza hasta las orejas; luego se mira los pies, los pies encalcetados de groseras medias rojas, y después, hundiendo el dedo meñique en la oreja, lo sacude rápidamente produciendo un ruido desagradable. Termina por decidirse y se pone los botines; luego, encorvado, camina hacia la puerta del cuartujo, se vuelve, mira por el suelo, y hallando una colilla de cigarro la levanta, sopla el polvo adherido y la enciende. Sale.
En los mosaicos de la terraza escucho cómo arrastra los pies. Yo me dejo estar. Pienso, no, no pienso, mejor dicho, recibo de mí adentro una nostalgia dulce, un sufrimiento más dulce que una incertidumbre de amor. Y recuerdo a la mujer que me ha dado un beso de propina.
Estoy colmado de imprecisos deseos, de una vaguedad que es como neblina, y adentrándose en todo mi ser, lo torna casi aéreo, impersonal y alado. Por momentos el recuerdo de una fragancia, de la blancura de un pecho, me atraviesa unánime, y sé que si me encontrara otra vez junto a ella desfallecería de amor; pienso que no me importaría pensar que ha sido poseída por muchos hombres y que si me encontrara otra vez junto a ella, en esa misma sala azul, yo me arrodillaría en la alfombra y pondría la cabeza sobre su regazo, y por el júbilo de poseerla y amarla haría las cosas más ignominiosas y las cosas más dulces.
Y a medida que se destrenza mi deseo, reconstruyo los vestidos con que la cortesana se embellecerá, los sombreros armoniosos con que se cubrirá para ser más seductora, y la imagino junto a su lecho, en una semidesnudez más terrible que el desnudo.
Y aunque el deseo de mujer me surge lentamente, yo desdoblo los actos y preveo qué felicidad sería para mí un amor de esa índole, con riquezas y con gloria; imagino qué sensaciones cundirían en mi organismo si de un día para otro, riquísimo, despertara en ese dormitorio con mi joven querida calzándose semidesnuda junto al lecho, como lo he visto en los cromos de los libros viciosos.
Y de pronto, todo mi cuerpo, mi pobre cuerpo de hombre clama al Señor de los Cielos. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com