Almas trágicas (fragmento)Froylán Turcios
Almas trágicas (fragmento)

"Tenía, además, una profesora de idiomas y pintura, una joven alemana llegada al país hacía algunos años, de actitud rígida y voz chillona y aflautada. El escaso vocabulario español de que ella podía servirse, habíase aumentado considerablemente desde que daba clases a Hortensia, quien tomaba un vivo interés en que la pobre Emy hablara el castellano. En cambio, la extranjera hizo de ella su discípula favorita, esmerándose en hacerla comprender el francés, el inglés, y la difícil lengua germánica, de pronunciación casi imposible para labios latinos. Pero en lo que verdaderamente la niña hacía rapidísimos progresos era en piano y en pintura, artes para las cuales demostraba extraordinarias aptitudes. Admiraba verla en el pincel, bosquejando paisajes de invierno o acuarelas otoñales. Eran ensayos incorrectos; pero que revelaban ya una sorprendente facilidad en el arte de Gustavo Doré.
En el piano ejecutaba piezas difíciles, fragmentos de música clásica, melodías severas; y una amiga de Alicia le daba diariamente clases de canto, en las que su voz, delicada y cristalina, empezó a vibrar con las dulzuras del ritmo. Alicia la inclinaba a la lectura. Primero la ejercitó en la comprensión de libros infantiles, cuentos ingleses o narraciones escandinavas; siguiendo a éstos pequeñas novelas instruc­tivas de autores españoles, exentas en absoluto de todo argumento pasional. Relatos de viajes lejanos, descripciones de costumbres, recuerdos históricos, leyendas inocentes: de esta clase de libros ingenuos se componía la biblioteca de Hortensia. Volúmenes inofensivos, en los cuales su alma infantil y apasionada, su inteligencia observadora por naturaleza, encontraban distracciones más intensas y útiles que las que le proporcionaban sus amigas, con juegos banales y necios, capaces sólo de distraer a las niñas vulgares y cándidas.
Por temor de que cayera en manos de la pequeña, Alicia guardaba cuidadosamente los libros franceses de los autores contemporáneos, que un editor extranjero, con quien su marido cultivaba relaciones comerciales, le remitía por todos los correos. Llegaban aquellas ediciones elegantes, con las páginas vírgenes, con el papel aún húmedo; y ella se anegaba, con una voluptuosidad espiritual, en las fuertes emanaciones de aquella literatura malsana, en los perfumes acres, en las quejas angustiosas y apasionadas, en los estremecimientos de lujuria y en la orgía de carnes y de vahos sexuales de que están saturadas las obras de los artistas parisienses, cantores del placer refinado y de la caricia dolorosa, de los supremos espasmos carnales y de todas las delicias prohibidas de las prostituciones elegantes. Afrodita de Pierre Louys, le causó un placer intensísimo; una embriaguez cerebral que le arrancó algunas lágrimas; lágrimas neurasténicas, motivadas por la crispatura de sus nervios sensitivos, que no eran sino cuerdas temblorosas del arpa resonante de su cuerpo. "



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