Sakuntala (fragmento) Kalidasa
Sakuntala (fragmento)

"ANASUYA.- Querida Priyamvada, aunque Sakuntala, al casarse a la manera de los Gandharvas, logre su felicidad en unión de un esposo digno de ella, y aunque a tal idea mi corazón se regocije, no dejo de sentir cierta inquietud.
PRIYAMVADA. - Y ¿por qué?
ANASUYA. - Pues porque hoy el gran rey, despedido por los anacoretas, luego de consumado el sacrificio se ha tornado a su corte; y yo me digo si cuando se encuentre en su harén, lejos de aquí, ¿se acordará de lo pasado?...
PRIYAMVADA. - Desecha esa inquietud, amiga mía. Personajes tan ilustres como el rey Duchmanta no juegan así con el honor. Pero, y el padre, ¿qué dirá cuando se entere de lo sucedido?
ANASUYA. - Lo más probable es que dé a todo su consentimiento.
PRIYAMVADA. - ¿Cómo?
ANASUYA. - Siempre fue su deseo hallar para Sakuntala esposo noble y sabio; y si el destino mismo se adelanta a complacerle, ¿no es natural que se alegre de ello el venerable padre?
PRIYAMVADA. - (Después de mirar al cestillo de flores.) Amiga Anasuya, mira, a ver si ya tenemos bastantes flores para la ceremonia del sacrificio.
ANASUYA. - ¿No te parece que debemos ofrecer un homenaje a la deidad que vela por la dicha de nuestra querida Sakuntala?
PRIYAMADA. - Sí, es muy justo. (Sigue cogiendo flores. Por detrás de la escena se oye una)
VOZ. - ¡Ea, ya estoy aquí otra vez!
ANASUYA. - (Prestando atención.) Amiga Priyamvada, parece la voz de un forastero.
PRIYAMVADA. - ¿No está Sakuntala en su cabaña? (Aparte.) ¡Aunque su corazón se halle en otro sitio!
ANASUYA.- Es verdad. Mira; ya hay bastantes flores. (Salen)
VOZ.- ¡Ay de ti, que no acudes a recibir al huésped¡ “Aquel en quien sin cesar piensas y que teniendo tu espíritu alejado de todos, te impide reparar en mí, austero penitente, no te recordará aunque lo repitan tu nombre, del mismo modo que el borracho olvida las palabras que pronunció sereno."
PRIYAMVADA.- ¡Ay qué desgracia, qué desgracia! Sin duda Sakuntala, abstraída en sus sueños de amor, se ha hecho culpable de una desatención para con algún personaje, digno de respeto. (Mirando hacia donde sonó la voz) ¡Oigo! Y no se trata de un cualquiera, sino de Durvasa, el gran ermitaño, tan propenso al enojo. Después de lanzar esa imprecación, le vi alejarse a paso rápido desalado y temblón, sin que fuera posible detenerle. ¿Quién sino el fuego podría inflamarse así?
ANASUYA.- Ve, amiga mía, y echándote a sus pies, desarruga su ceño y tráetelo contigo para que yo pueda ofrecerle el agua y el ARGHYA, a fin de que perdone a nuestra amiga.
PRIYAMVADA.- Voy corriendo. (Sale.)
ANASUYA.- (Fingiendo tropezar al andar.) ¡Ay¡ Al correr, aturdida por la precipitación, he dejado caer el cestillo de flores! (Recoge las flores.)
PRIYAMVADA.- ¿Quién podría dulcificar carácter tan violento? Algo se ha calmado no obstante.
ANASUYA.- (Sonriendo.) Para lo que él es, ya es suficiente. Pero cuenta.
PRIYAMVADA.- Como no quería volver atrás la vista, le dirigí este ruego: Venerable, en atención a ser la primera vez que esto sucede y a que la joven ignora el poder de las austeridades, vuestra santidad debería perdonar su irreverencia. "



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