Cambiadores (fragmento)Baldomero Lillo
Cambiadores (fragmento)

"Fue a fines de mes, en esos días tan tristes para los que ganan poco salario, y entre esto se contaba el cambiador y su familia. En el cuarto, una pocilga estrecha y sucia, la mujer, malhumorada siempre por la miseria y el excesivo trabajo, regañaba de día y de noche, mientras los chicos haraposos y hambrientos lloraban pidiendo más. El marido y padre, con una rabia sorda que le mordía el alma, contemplaba ese cuadro y luego se marchaba al trabajo mudo y colérico. No era borracho, pero la tristeza de su hogar, por el que sentía odio y aversión, lo impulsaba a veces a la taberna y bebía para olvidar, para aturdirse algunas horas siquiera. En la noche de ese día bebió algunas copas de aguardiente y durmió mal. Tenía la cabeza pesada y la vista torpe, mientras caminaba entre los desvíos ejecutando su trabajo con dejadez. Cuando la campanilla de la estación anunció al expreso, fue a la vía y examinó las agujas. Estaban donde debían estar y dejaban al rápido la vía franca y expedita.
Faltaban ocho minutos para que cruzara el tren y tenía tiempo de descansar. Hacía mucho calor y los párpados pugnaban por caer sobre sus ojos soñolientos. Después de un momento le pareció sentir un pitazo débil y medio se incorporó en el banco. De repente, una trepidación sorda conmovió la casucha. Se levantó asustado, frotándose los ojos. Delante de él, avanzando a toda velocidad, percibió al expreso. Miró hacia el desvío y los cabellos se le erizaron. Dio un salto gigantesco y abalanzándose a la barra la volvió de un golpe. Instantáneamente resonó un grito encima de su cabeza y vio cómo las ruedas embieladas de la locomotora giraban brusca y vertiginosamente en sentido contrario a la marcha del convoy, haciendo bailar sobre los rieles la enorme mole de la máquina que, a pesar de todo, resbaló por el desvío en dirección del otro tren, como un alud que se descuelga de la montaña.
No esperó el choque y, y soltando la barra del cambio, se lanzó como un loco con las manos en los oídos para no oír el estruendo de la colisión a través de los terraplenes, huyendo desesperado. Pero, a pesar de esa precaución, el tremendo crujido del choque lo alcanzó cuando saltaba una zanja y con él los gritos y lamentos de los moribundos.
El infeliz, al despertarse medio soñoliento, creyó ver que la barra del cambio estaba a la derecha, y eso fue todo. "



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