Cartas al Ebro (fragmento)Benjamín Jarnés
Cartas al Ebro (fragmento)

"Pocos casos de tan exquisita feminidad como el de Norah. Por eso prefiere luchar con la materia más leve, más dócil, con el aire y la seda de un plumón, con la brizna inmaculada que vacila entre quedarse adormecida en brazos del viento y obedecer a la ley implacable que lentamente la empuja hacia la tierra.
Un viejo sacerdote amigo nos demostraba la no existencia de los ángeles. «Son inútiles -decía-; Dios, omnipotente, no necesita de criados ni de juglares»...
Es posible que haya surgido allá arriba algún general licenciamiento: ya los ángeles no recorren las casas asesinando primogénitos y cobrando deudas a Tobías. Pero siempre quedarán residuos de la raza... Por lo menos, sabemos de un ángel que dicta versos a Cocteau. Y de otro que le lleva la mano -dulcemente- a Norah.
Pero antes, Carlota, he aludido a Barradas y a sus niños... ¡Qué diferentes niños! Porque los niños de un cuadro pueden ser candorosos: lo que no debe serlo nunca es el pintor. Es preferible que el pintor de niños esté ya de vuelta de la pintura de hombres. Estos pueden servir de escuela: Son más fáciles de pintar, porque llevan en el rostro las pinceladas definitivas. Cada rostro es un resumen: No hay sino verlo y traducirlo al idioma del pincel. Pero el niño es un modelo en blanco. Su carita, todo su contorno, es un trozo de naturaleza viva. Y ¡ay del pintor que ve en el niño algo más que naturaleza viva! Su pintura será trascendental, es decir, lamentablemente candorosa.
Los niños de Barradas no son trascendentales. No piensan... Como no sea en hacer alguna diablura. Nunca meditan. Se contentan con gozar de su infancia. Ni aún ese colofón inútil, que es la moraleja, se lee nunca en las deliciosas historietas infantiles de Barradas. En ellas no se intenta que los niños sean buenos. No hay que pintar a los niños como son... Menos como deben ser. Nada hay que pintar así. Lo primero es cosa del fotógrafo; lo segundo, del Juanito.
Esos pálidos niños que apenas ríen, esos matrículas de honor, graves y espigados. ¡Qué cachetes llevarían de los robustos muchachotes de Barradas recién llegados de Luco de Jiloca! Han querido anticipar a muchos niños esquemáticos la edad de la pedantería. Esos finos adolescentes prematuros, de invernadero, sin sol en la frente, lo saben ya todo y ¡cuando lo delicioso sería que lo ignorasen todo! Se hizo de ellos una delgada entelequia. Se les estilizó tanto que han salido destilados: Un extracto de niñez, una exquisita esencia infantil. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com