Sascha Yegulev (fragmento)Leonid Andreiev
Sascha Yegulev (fragmento)

"Si un amigo buscaba a Yegulev, todo eran facilidades para encontrarle; se decía que solía alojarse en los mejores hoteles de las ciudades, y que paseaba por las calles principales; y hasta, añadía la leyenda, que hacía publicar en los periódicos locales su nombre y dirección. Sus enemigos se hallaban con frecuencia a su lado, pasaban a veces la noche bajo el mismo techo, sin sospechar nada.
Pronto, el nombre terrible de Sascha Yegulev traspasó los límites de la provincia y se extendió por los distritos limítrofes. Se diría que aquel nombre contenía fuego en sus siete letras; por todas partes donde se pronunciaba, ardían las haciendas y corría la sangre. Parecía que la misma atmósfera, imbuida del humo de los incendios, sembraba por doquiera el pánico, cuando el nombre de Sascha vibraba en el aire, regando con sangre los campos, las aldeas y las casas aisladas.
Durante noches enteras, ardieron numerosas propiedades; los vigilantes, presos de terror, daban las señales de alarma; los perros, locos de miedo, se retorcían aullando. Muchas fincas fueron abandonadas por sus propietarios, asustados, y quedaron desiertas, sombrías como tumbas; sus vigilantes acogían, sin la menor resistencia, a los campesinos que venían a robar, a veces sin Sascha Yegulev, y no solo por la noche, sino a plena luz del sol. Se apoderaban de todo lo que encontraban, y lo que no se podían llevar, lo quemaban; los propios guardias les ayudaban a prender el fuego.
Algunos propietarios, los más ricos y los más soberbios, pusieron sus haciendas bajo la protección de circasianos semisalvajes, de fuertes dientes blancos, morenos, vigorosos y armados. Los campesinos les saludaban con respeto durante el día, e iban a venderles fresas del bosque; pero cuando llegaba la noche, llamaban en sus oraciones a Sascha Yegulev, y esperaban con impaciencia que acudiera a incendiar aquellas propiedades. Y el fuego aparecía de pronto, sin saberse jamás cómo; de repente, comenzaba a arder un cobertizo, y el fuego se apoderaba enseguida de toda la hacienda. Los propietarios despedían a sus esbirros, abandonaban las fincas, y se iban a la ciudad a disfrutar en cualquier hotel confortable de la tranquilidad y el reposo anhelados.
En esta época de popularidad de Sascha Yegulev, su banda creció de tal manera, que ya no se sabía quién era miembro de ella y quién no. El marinero Andrés Ivanich, siempre sereno y atildado, con su rostro cuidadosamente rasurado, vigilaba al principio y mantenía el orden y la disciplina; pero pronto tuvo que renunciar a ello: eran demasiado numerosos los adheridos, y no podía conservar sus nombres en la memoria. "



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