El mar (fragmento)Jules Michelet
El mar (fragmento)

"El libre elemento, el mar, debe tarde o temprano crearnos un ser a su semejanza, un ser eminentemente libre, escurridizo, onduloso, fluido, que se deslice a imagen de las ondas, pero en quien la movilidad maravillosa proceda de un milagro interior, todavía más grande, de una organización central, fina y sólida, muy elástica, no parecida a la de ninguno de los seres conocidos hasta el día.
El molusco que se arrastra sobre su abdomen fue el pobre siervo de la gleba. El pulpo, con todo su orgullo, su hinchazón, su ronquido, mal nadador y andarín nulo, no deja de ser por eso el siervo de la casualidad: sin su potencia de embotamiento no hubiese podido vivir. El bélico crustáceo, sucesivamente tan grande y tan pequeño, ya terror, ya irrisión de los demás, sufre las muertes alternativas en que hace el papel de esclavo, de presa y aun de juguete de los más débiles.
Enormes y' terribles servidumbres. ¿Cómo librarnos de ellas?
La libertad está en la fuerza. Desde el origen, buscando la vida, aunque a tientas, a la fuerza, parecía soñar confusamente con la futura creación de un eje central que haría del ser uno, decuplicando el vigor del movimiento. Así lo presintieron los radiosos y los moluscos, y bosquejaron algunos ensayos. Empero los traía harto distraídos el abrumador problema de la defensa exterior. La corteza, siempre la corteza: he aquí lo que preocupaba grandemente a esos pobres seres.
En dicho género fabricaron obras maestras: bola espinosa del esquino, concha abierta y cerrada a la vez del haliótido, en fin, la armadura del crustáceo compuesta de piezas articuladas, perfección de la defensa, y terriblemente ofensiva. ¿Qué más se quiere? ¿Hay algo que añadir? Parece que no.
¿Que no? Mucho que sí. Se necesita un ser que todo lo fíe al movimiento, un ser audaz que desprecie a todos los mencionados como enclenques o tardígrados, que considere la corteza como cosa subordinada y concentre la fuerza en sí.
El crustáceo se rodeaba de una especie de esqueleto exterior. El pez se lo hace en el centro, en su íntimo interior, sobre el eje donde los nervios, los músculos, todos los órganos, en fin, se reunirán.
Invención fantástica, al parecer, y contraria al buen sentido: colocar lo duro, lo sólido, precisamente en el sitio que tan bien resguarda la carne. El hueso, tan útil al exterior, instalado en un punto donde de poco o nada servirá su dureza.
Se reiría el crustáceo cuando vio por primera vez un ser blando, grande, rechoncho (los peces del mar de las Indias) que, ensayándose, se deslizaba, corría, sin cáscara, armadura ni defensa; teniendo concentrada interiormente toda su fuerza, protegido tan sólo por su fluidez viscosa, por el exuberante mucus que le rodea, y poco a poco se transforma en escamas elásticas. Blanda coraza que se presta y se pliega, cediendo sin ceder del todo. "



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