La rosa muerta (fragmento)Aurora Cáceres
La rosa muerta (fragmento)

"El caso de Laura, le preocupaba, aquella tarde de invierno en que la nieve perfilaba las casas, entristeciendo la ciudad con su blancura desoladora. Desde las ventanas de su clínica, el paisaje siberiano le afligía, de tal modo que le hacía pensar con melancolía en el colorido y brillante Bósforo, a cuyas orillas se meciera su cuna. Una nostalgia de sol invadía su alma...
No tardó en aparecer el criado y encendió la electricidad. Afuera, la ciudad anochecía tristemente cual un monte agobiado, bajo el albo sudario de exterminio. El doctor Castel salió de la clínica y se dirigió a su casa, silencioso, resbalando los pies, cautelosamente, sobre la nieve que cristalizaba las avenidas.
La figura de Laura no se apartaba de su imaginación. ¿Quién era esta mujer joven, hermosa y casta a pesar de su aspecto tentador y visiblemente voluptuoso? Mas este pensamiento cruzó por su mente rápido y fugaz cual un desplegar de alas. La enfermedad era la idea que dominaba en su cerebro. Como un luchador de lo intangible, veía que un nuevo enemigo acababa de presentársele oculto en el cuerpo de una diosa: la salud de Laura. No le cabía duda, se encontraba en malas condiciones, necesitaba un cuidado esmerado, una solicitud grande, no menos delicado era su estado de alma.
«Es una suerte que haya venido donde mí» –se decía mientras que maquinalmente trataba de apartarse del sitio donde la nieve crujía bajo sus pisadas como insectos aplastados.
Los ojos de la enferma, tan infinitamente tristes y soñadores, la melancolía de su acento, y su conversación fina y espiritual, habían impresionado agradablemente, dulcemente, al doctor Castel. Se holgaba en recordarla cual tierna aparición, que le adormecía diríase la música de un himno secreto y vibrante en el ambiente de severa austeridad, con que le atormentaba el ejercicio profesional.
La segunda visita de Laura le turbó. Se despertó su apatía causándole visible emoción; en vano se esforzaba por parecer indiferente, sirviéndose como de una máscara, de la actitud estudiada bajo la cual oculta sus impresiones todo facultativo: su fisonomía expresiva y móvil revelaba la perturbación de su alma; en sus miradas, en sus ademanes, en su solicitud exagerada, Laura, pudo observar que de igual modo que al médico, tenía delante a un hombre anhelante de agradarla y deseoso de evitarle sufrimientos; además, su exquisita sensibilidad la dejaba comprender, instintivamente, que el doctor era un hombre de buen gusto, capaz de apreciar la belleza de sus formas, la esplendidez de líneas, la morbidez de contornos, con que Dios favoreció su cuerpo, lo que halagaba su vanidad a tal extremo que olvidó sus dolencias durante las penosas curaciones a que estaba sometida. "



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