La ninfa constante (fragmento)Margaret Kennedy
La ninfa constante (fragmento)

"Heredaba quizá de su madre esta capacidad de parecer aristocrática. Jacob no había sentido jamás tanta sensación de haberse casado con una mujer que le era superior. Antonia se sentó frente a él, y comió gravemente, lentamente, con tan distinguido aspecto que Jacob no se atrevió a tocarle el pie bajo la mesa. Y sin embargo, era esta mujer la misma gitana descalza que había conquistado su corazón en Génova; la criatura envanecida, atrevida, cuya ropa raída le había afligido tanto en las calles de Múnich. En estos días estaba muy silenciosa, y a menudo le habría gustado saber qué pensaba. Jamás podía adivinarlo. Ahora se quedó mirándola, un poco decaído a pesar de todo su orgullo posesivo, mientras Antonia paladeaba el vino, pensativa, con los ojos bajos. Las largas pestañas sobre la mejilla, la curva suave del cuello, los dedos muy blancos que tamborileaban en la mesa y el anillo por él regalado muy brillante en uno de ellos, todo era como una repetición de puñaladitas para Jacob. Su amor podía mostrarle todo esto, pero no tenía medios de llegar a los pensamientos prisioneros tras esa frente blanca. Si le preguntaba, Antonia decía ligeramente que no pensaba en nada. O le exponía una larga serie de asombrosas reflexiones infantiles. Sólo una cosa sabía: Antonia no pensaba en él con tanta persistencia, o con tanta desventura, como pensaba él en ella. Después de comer fueron a la Ópera, pues no había otra cosa que hacer. Jacob habría deseado que no hubiesen representado Otello, pues ya la habían visto en Múnich. Le perseguían continuamente los ecos de aquella primera aventura desastrosa. Pero Tony parecía haber olvidado todo, y gozaba con gran entusiasmo del espectáculo. Aquella noche anterior había desaparecido tan completamente de sus pensamientos, que Jacob no podía menos de pensar que había estado demasiado embriagada para poder recordarla. Así lo esperaba: era mejor que olvidase.
Él debía recordar y llevar la carga por los dos, de cómo se había sentado junto a ella, contando como un salvaje los minutos tan lentos mientras en el escenario el asombroso drama del odio vencedor iba hacia su terrible culminación. Se fue poniendo tan triste que por fin Antonia le preguntó si algo le afligía. Y él aseguró instantáneamente que era el hombre más feliz del mundo.
Y lo era. En ocasiones quedaba casi atónito por su propia ventura, al estar allí, con Tony, tan querida, a su lado; suya, sólo suya por el resto de la vida. No era culpa de ella que la pena insaciable de un amor desigual le atormentara, que sufriera la hambrienta exigencia de una réplica mayor, más plena de sentimiento que en su naturaleza femenina no cabía dar. Mientras ella se inclinaba, absorta en las pasiones que se representaban en el escenario, Jacob sintió de pronto que el palco sólo contenía a él y a un fantasma; como si la verdadera Antonia que amaba fuese una mujer imaginaria, que vivía tan sólo en su fantasía.
Vio Tony que su marido estaba preocupado. Le tomó la mano y la tuvo entre las suyas, mirándole a veces con una compasión exquisita, suave, que mitigaba esa soledad de espíritu que ella no podía compartir. "



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