Embassytown (fragmento)China Mieville
Embassytown (fragmento)

"En la Ciudad Embajada, cuando éramos pequeños, jugábamos a un juego con monedas y piezas con forma de media luna, del tamaño de monedas, que conseguíamos en un taller. Jugábamos siempre en el mismo sitio, junto a determinada casa, más allá del mercado de una calle empinada de viviendas, donde los anuncios de colores giraban bajo la hiedra. Jugábamos bajo la luz tenue de aquellas viejas pantallas, junto a una tapia que llamábamos la tapia de las monedas. Recuerdo cómo hacía girar una pesada moneda de dos céntimos sobre su borde mientras recitaba: «Giro, inclinación, morro de cerdo, sol», hasta que se tambaleaba y caía. La cara que mostraba la moneda y la palabra a la que yo había llegado en el momento de cesar el movimiento, combinadas, especificaban una recompensa o una prenda.

Me veo claramente en las húmedas primaveras, y en verano, con un dos en la mano, discutiendo sobre interpretaciones con otros niños y niñas. Jamás habríamos jugado en otro sitio, a pesar de que circulaban historias sobre aquella casa y sobre su habitante que nos producían nerviosismo.

Como todos los críos, trazábamos con esmero el mapa de nuestra ciudad, con urgencia e idiosincrásicamente. En el mercado, nos interesaban menos los puestos que un alto casillero que habían dejado en la pared unos ladrillos faltantes, y al que nunca conseguíamos llegar. Detestaba la roca enorme que señalaba el límite de la ciudad, la que se había partido y habían vuelto a juntar con argamasa (por motivos que todavía ignoro), y la biblioteca, cuyas almenas y cuya armazón me parecían inseguras. A todos nos encantaba la escuela por el liso plastone de su patio, donde los tapones y los levitadores rodaban varios metros.

Componíamos una ajetreada pequeña tribu y los policías nos regañaban a menudo, pero bastaba con que dijéramos: «No pasa nada, señor, señora, solo queríamos...» y siguiéramos nuestro camino. Bajábamos a toda velocidad por la empinada y concurrida cuadrícula de calles, pasamos al lado de los automas sin hogar de la Ciudad Embajada, y los animales corrían entre nosotros o a nuestro lado por los tejados bajos, y si bien a veces nos deteníamos para trepar a los árboles y las enredaderas, al final siempre llegábamos al intersticio. "



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