El triste destino del reverendo Amos Barton (fragmento), de Escenas de la vida clericalGeorge Eliot
El triste destino del reverendo Amos Barton (fragmento), de Escenas de la vida clerical

"Mientras este recibimiento tenía lugar, el señor Bridmain y Jet, el spaniel, miraban como si fueran dos actores que no conocieran la escena. El señor Bridmain, un hombre estirado y bastante corpulento, les dio la bienvenida con forzada cordialidad. Era sorprendente lo poco que se parecía a su hermosa hermana.
Pues la hermosura de la condesa Czerlaski era innegable. Mientras se sentaba junto a su anfitriona en el sofá, los ojos de Milly se posaron sobre todo —no sé si confesarlo— en los detalles de su elegante vestido, en la rica seda de tono lila rosado (la condesa siempre llevaba colores suaves por la noche), en la esclavina de encaje negro, y en el velo de encaje negro que, cayendo por detrás de su pequeña cabeza, cubría un cabello cuidadosamente trenzado. Pues Milly tenía una debilidad —y no has de quererla menos por eso, era una debilidad muy femenina—: le encantaba la ropa. Y a menudo, mientras cosía sus vestidos y sombreros, siempre tan económicos, imaginaba ilusionada lo bonito que sería llevar cosas realmente elegantes; unas mangas globo rígidas, por ejemplo, sin las que un vestido de señora no era nada en aquellos tiempos. Tú y yo, lector, tenemos también nuestras debilidades, ¿verdad?, que nos hacen pensar tonterías de vez en cuando. Quizá una de ellas sea admirar demasiado las manos y los pies pequeños, una figura esbelta y un sedoso pelo oscuro trenzado. Todo esto lo tenía la condesa, además de una nariz delicadamente modelada, muy recta, y una tez trigueña. Su boca, debe admitirse, estaba demasiado hundida en comparación con la nariz y la barbilla y, para un ojo profético, amenazaba con parecer un cascanueces a una edad avanzada. Pero lo cierto es que, a la luz de las llamas y de las velas, ese momento parecía muy lejano, y nadie echaría a la condesa más de treinta años. "



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