La mirada del alma (fragmento)Luis Mateo Díez
La mirada del alma (fragmento)

"Siempre pensé que los solitarios, y muy especialmente los que en la soledad encontramos una parte irremediable de nuestra condición de enfermos, estamos más preservados del ruido de la vida, porque la soledad es la forma más natural del ocultamiento y de eso que se llama la retirada del mundo. Elegirla es ejercitar algunas renuncias, prescindir de muchos compromisos. En treinta años esa sabiduría me había dotado de una peculiar capacidad y la perfección de mi clausura era considerable. No fue el exceso de confianza lo que me hizo bajar la guardia. El sobre llegaba a mis manos como un mensaje del que yo no era el destinatario, apenas un eslabón profesional, y en esa casualidad, como tantas veces sucede en los derroteros de la vida, estribaba el hallazgo e inmediatamente la reacción que avivaba mi curiosidad.
La renuncia de aquella noche fue el presagio de la desaparición de Olfina. A la casualidad de descubrirla y seguirla en aquellos meses sucedió la ventura de que no volviese. Y exageraría si dijera que logré borrarla de mi imaginación, aunque es razonable reconocer que dejó de obsesionarme y que, aunque pedí un cambio de la ventanilla de certificados que, por cierto, no me concedieron, apenas en los primeros de mes bullía la zozobra de alguna mañana enseguida olvidada.
Algunas veces recordaba el sueño que tomaba la forma de un presagio y no resultaba nada grato el eco de su insistencia. El martillo seguía golpeando y sembraba una inquietud parecida a la que comencé a sentir cuando fui consciente de que de nuevo mi soledad ofrecía un entorno más incierto.
El rostro de Olfina permanecía bastante difuminado porque nunca había logrado contemplarlo con total claridad, ni siquiera el color de sus cabellos, y era su figura la que había adquirido una familiaridad no del todo completa en mi observación, como si en su seguimiento percibiera de un día a otro algunos cambios, aunque siempre llevaba el mismo abrigo con las solapas levantadas y el mismo pañuelo en la cabeza. Había algo solapado y huidizo en sus movimientos, una actitud recogida y ausente y, a veces, esa actitud parecía transformarse y el cuerpo de Olfina avanzaba con decisión y descaro.
También estaban aquellos momentos secretos en que su pie desnudo rozaba el agua. Esos momentos contenían una rara sorpresa y yo no lograba ocultar la obscena fascinación de imaginar al pez en la desnudez completa, mientras los líquidos supuraban el hedor de las escamas podridas y en el espejo del albañal las sombras más serosas eran las que cubrían la memoria de los bichos muertos. Esas mismas sombras anegaron mi imaginación aquella primera vez en un portal de Larmina, cuando el desnudo fue cierto en su totalidad. En casi todas las otras ocasiones, cuando poco a poco el amor fue cumpliendo con la deuda del sufrimiento, siempre fue el pez quien encendió el deseo en mi imaginación: un brillo helado sobre la superficie purulenta de las aguas muertas, un resplandor que se hacía dueño de la noche más sucia de los sentidos, el pálpito al que llegaba mi corazón desfallecido con la conciencia de que más allá no había nada, de que tras el esfuerzo del placer quedaba la oscuridad perpetua donde el mundo ni siquiera tenía la frontera final de los vertederos. "



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