Cinco amantes apasionadas (fragmento)Ihara Saikaku
Cinco amantes apasionadas (fragmento)

"Este comerciante se decía: «En este mundo, meses y años pasan como sueños o apariciones fantasmales. He aquí ya el quincuagésimo aniversario de la muerte de mi padre. Me felicito por haber vivido hasta ahora para poder celebrar esta ceremonia. Tal como enseña la tradición de los antiguos, en el quincuagésimo aniversario se come ligero por la mañana, pero por la noche se come pescado, se canta y se bebe. Y, a partir del siguiente año, ya no se celebra ninguna ceremonia de condolencias por el difunto». Considerando que la ceremonia era la última, estimó que debía hacer mayores gastos, y con ese fin había ordenado todos los preparativos. Las mujeres del vecindario que tenían trato con la tienda se habían reunido allí y secaban, para colocarlos enseguida en los estantes, las tazas y utensilios diversos así como los objetos laqueados tales como jarras, vasos chatos, tacitas y bandejas montadas sobre pie. A la mujer del tonelero, que estaba en términos de amistad con la casa, habiéndose presentado para ayudar en la cocina, se le pidió, ya que era atenta y hábil, que fuera a la repostería y acomodara los pasteles en los azafates rectangulares de altos bordes. En estos azafates, Osén disponía ordenadamente los pasteles rellenos de pasta de frijoles rojos, caquis redondos y chatos, gruesas nueces mondadas; pasteles secos llamados rakugan que se preparan con harina de arroz; frutos de kaya, palillos de cedro para pinchar y coger los dulces. Había ya casi terminado su trabajo, cuando al amo de casa, Chozaemón, al querer bajar del estante unas escudillas, se le resbalaron de la mano y fueron a dar sobre la cabeza de Osén. Los lazos que mantenían el lindo tocado de la mujer se desanudaron de inmediato; pero ella le dijo al amo, que se disculpaba: «No se preocupe, no es nada» y, después de haber enrollado su cabellera deshecha, se dirigió a la cocina. Al verla, la mujer del amo, presa de los celos, le dijo en tono de reconvención: «Tu cabellera estaba muy linda, no hace un instante, pero de pronto se te ha deshecho toda en la repostería. ¿Qué ha sucedido, pues?». Osén, que no tenía nada que reprocharse, respondió tranquilamente: «Es que al señor se le cayeron unas escudillas cuando las sacaba de la repisa». Por más que dijo la verdad, el ama no quiso admitirla en absoluto. «Así, pues», dijo, «¡resulta que las escudillas se caen extrañamente, en pleno día! No sabía que en casa teníamos escudillas tan seductoras. El tocado se deshace cuando una se acuesta demasiado deprisa, sin descansar la cabeza en una almohada. Y ese hombre, a su edad, y en el curso de una ceremonia por su difunto padre, dedicándose a hacer el amor». Furiosa, derribó y arrojó a un lado los platos donde se habían dispuesto con todo esmero, en las más variadas formas, tajadas de pescado crudo. Durante todo el día, con cualquier ocasión, no cesó de remachar sobre el incidente y acabó por refregar desagradablemente los oídos de quienes le rodeaban. Fatal desgracia para el amo ser el esposo de una mujer tan profundamente celosa. Después de haber oído todo el día, con gran disgusto, las palabras del ama, Osén juzgó que el corazón de aquella mujer era verdaderamente detestable. «Y bien, ya que me ha desprestigiado acusándome injustamente», se dijo, «peor para ella. ¡Voy a emprender la seducción de Chozaemón para darle una buena lección a esa mujer!». Pero este particular sentimiento de venganza pronto se convirtió en un amor real. Llegó a intercambiar con el amo confidencias secretas y ambos no esperaban sino una ocasión para llevar a buen término la satisfacción de su pasión amorosa. Esto fue el veintidós de enero del segundo año de la era de Yokio en 1685. Esa noche era favorable, pues es para las mujeres la oportunidad de reunirse, como distracción del Año Nuevo, a fin de jugar a la lotería y otros juegos. Entretenidas con éstos, todas se divirtieron hasta horas bastante avanzadas. Algunas que habían perdido, se retiraron del juego, pero otras que habían tenido suerte seguían incansables probando su fortuna. También había algunas que sin darse cuenta se habían quedado dormidas y roncaban plácidamente. "


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