El viaje del rector Florian Fälbel y sus alumnos del último curso al Fichtelberg (fragmento) Jean Paul
El viaje del rector Florian Fälbel y sus alumnos del último curso al Fichtelberg (fragmento)

"Además, a la mañana siguiente el posadero nos aligeró a todos con su liquidación en dos o tres cruzados, y eso fue justo la misma mañana en la que el rector había de exponer los placeres de la naturaleza. No obstante, Fälbel creyó ofrecer a sus alumnos el modelo de una economía razonable empezando por luchar con el traiteur y haciéndole ver durante tanto rato lo que le distanciaba de los hernutas y de los chamarileros de Londres, que nunca calculaban de más, que de verdad consiguió que le rebajara unos céntimos y que el fatigado posadero maldijera y jurara con todo su veneno que, aun a pesar de sus pinchos de asar, recibiría al rector y a su manada con horcas y trillos si volvían a intentar comer ahumados en su posada. ¡Qué hombre tan ridículo!
El método de Fälbel en los viajes pedagógicos es proponerse cada día de forma superficial una ciencia distinta; ese día la compañía, cuatro largos de tierra de blasfemos frutos sin cocinar, tenía que contemplar la hermosura de la naturaleza bajo la dirección del primer volumen de las Contemplaciones de la naturaleza de Sturm. Se sacó y se abrió el Sturm, y ahora se requería que los ojos miraran complacidos alrededor por la zona entera; pero todo salió fatal. No porque unas nubes de lluvia pasaran junto al sol o porque el rector tuviera que volver a cerrar de repente la contemplación stúrmica del tres de junio y del sol, cuando apenas acababa de leer las bellas palabras: “Yo mismo siento la avivadora fuerza del sol. Tan pronto como sale por encima de mi cabeza, una nueva alegría desborda mi alma”; no porque aquello cuadrara poco, aunque, por suerte, en el mismo volumen había también incluida una observación del diecisiete de abril sobre la lluvia, que se buscó y se leyó al instante, sino porque la auténtica desgracia de todo aquello fue la siguiente: que aunque (debido a la brevedad de un programa tan largo el rector dirá a partir de aquí “yo”) yo tuviera que hacer previamente esta consideración: “En puridad la lluvia merece ser llamada un regalo del cielo. ¿Quién es capaz de describir todas las ventajas de la lluvia? ¡Veamos tan sólo algunas de ellas, hermanos míos!”, al final yo mismo acabé también por largarme porque no me quedaba otra… y, en verdad, si ante un preceptor que pretende llevar a cabo en la carretera observaciones stúrmicas y propias acerca de la lluvia no dejan de pasar a cada minuto chirriantes carruajes con apestoso bacalao, bajo los cuales un perro va saltando a sus anchas sin parar de ladrar, si además pasan dando tumbos cohortes de reclutas, cantando y burlándose del hombre de escuela con más fuerza aún que los delicados oficiales de reclutamiento, y si los centinelas de turno, a los que tiene que saludar, le salen al paso bailoteando por el terraplén de la carretera, el preceptor se ve obligado a guardarse al pastor Sturm, ya llueva o no. "



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