El barrio maldito (fragmento)Félix Urabayen
El barrio maldito (fragmento)

"Pedro Mari marchaba soñoliento y callado. En las almas esencialmente aldeanas, el paisaje, la misa mayor y el rosario provocan siempre un sueño dulce y reparador. De buena gana se habría tumbado un rato bajo cualquier árbol; pero llegaban ya a las viñas altas de Noain y desde allí se veía a lo lejos un punto blanco al borde de la carretera: la venta de Yarnoz. Entonces, despabilado por completo, iba olfateando las eras, las viñas, las dos casas y el huerto. La mansión de Dulcinea, a cinco kilómetros de distancia, colmaba su corazón de Ideal. Cabe suponer que Echenique, como caballero andante, no inquietaría mucho a la sin par Dionisia, que ya aguardaba para las vistas...
Este tradicional rito, costumbre ancestral y patrimonio antaño de todas las tribus ibéricas, puesto que hasta en el Romance del Cid se mencionan, se conserva íntegro en la cuenca navarra, probablemente a mayor gloria y provecho de los contrayentes, y de paso como ejemplo del desprendimiento y desinterés característicos en nuestras sacrosantas costumbres.
Mientras las razas son jóvenes y sanas, les bastan estos trámites matrimoniales de recia contextura económica y desprovistos de todo anticipo sentimental.
Las entrevistas diarias, en complicidad con el recato de rejas y ventanas, el contacto estéril y el madrigal romántico, corresponde a los pueblos degenerados. Es posible que rechazasen semejante lógica Aristóteles o Platón; pero de ningún modo el amo viejo de Pascalena, el de Ondarrena o el de Goldaracena.
Las vistas en la aldea son, pues, algo austero, rectilíneo y grave; ayuno, por supuesto, de toda sensualidad. Siempre que no haya una absoluta repugnancia física, ya se puede fríamente hablar de tierras buenas y malas, de pastos y yuntas, de prados y de onzas. Por eso los contrayentes pasan a segundo término, y el pugilato, la escaramuza, la socarronería y las reticencias se suceden entre los amos viejos o sus mantenedores. Al revés que en las óperas, el coro acciona, discute y canta la romanza o el aria —que no es precisamente de amor—, mientras el tenor y la tiple al fondo callan, sin levantar la vista del suelo. Su papel decorativo se reduce a ver poco, oír mucho y conformarse siempre. "



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