Los viejos marineros (fragmento)Jorge Amado
Los viejos marineros (fragmento)

"Soltero, enamorado, pródigo, casi perdulario, viéndose negro para pagar sus cuentas en bares y cabarets, era popular entre el mujerío, y cuando se encaprichaba con una perdía el tino, le ponía casa, la llenaba de regalos. Últimamente se había encaprichado por Dorothy, pupila de la casa de Carol, mantenida por el doctor Roberto Veiga Lima, médico rico y sin clínica, célebre entre el puterío por sus celos violentos y por su brutalidad; en cierta manera era lo más opuesto a Vasco: las mujeres huían de él a pesar de su dinero, por menos de nada abofeteaba a una chica: hasta había quien decía que era vicio aquella manía de zurrar a sus compañeras de cama. A Dorothy la trajo del interior, de un viaje a Feira de Sant’Ana. La tenía casi prisionera, amenazándola a cada momento, y Carol lamentaba haberla aceptado en la Pensión Montecarlo, pero no había podido negarse porque Roberto era cliente habitual, gastaba mucho y su familia gozaba de prestigio. Pero ya estaba arrepentida de haberla admitido en su pupilaje. La pobre Dorothy vivía más presa que monja de convento. Roberto aparecía a las horas más inesperadas, amenazando siempre con dar una paliza a la infeliz. Por la noche, en la sala de baile, siempre el mismo espectáculo: él, trabado con Dorothy, exhibiéndose en el tango o el machiche, pronto a ofenderse y a armar escándalo si otro cliente dirigía una mirada o una sonrisa a la infeliz. Carol, confidente universal, sabía del interés de Vasco, y sabía que Dorothy estaba enamoriscada de él. En aquellos meses que llevaba en la Pensión Montecarlo la muchacha había aprendido mucho, y ya no era la inexperta campesina descubierta en Feira por el médico. No deseaba más que quitarse de encima al violento protector para caer en brazos del comerciante simpático y generoso.
A esta pasión complicada y difícil atribuían Carol y Jerónimo la melancólica expresión de los ojos de Vasco. El comandante creía que era otra la causa, cualquier doncella, un amor con intenciones de casorio, locura para la que Dorothy sería buen remedio, infalible medicina. El coronel no estaba de acuerdo y diagnosticaba una incurable tristeza permanente, anterior a todas aquellas historias. El teniente Lidio Marinho no tenía opinión preconcebida y se limitaba a comprobar un hecho: el burro de Vasco, con todo lo que se necesita para estar alegre, arrastraba una crisis de hipocondría, tal vez malo del hígado. Una idiotez en hombre de tanto dinero. Había algo en lo que todos estaban de acuerdo; había que descubrir la causa secreta de aquella pena que corroía el pecho de Vasco Moscoso de Aragón. "



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