Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (fragmento)Maryse Condé
Yo, Tituba, la bruja negra de Salem (fragmento)

"En un pequeño cercado, detrás de nuestra casa, yo criaba aves de corral, por lo que John Indien me había construido un gallinero. Con frecuencia había sacrificado algún ave en honor de mis amados seres invisibles. No obstante, de momento, necesitaba otros mensajeros. Dos casas más allá, la anciana ama Huntchinson se enorgullecía de su rebaño de corderos, sobre todo de uno de ellos, inmaculado y con la frente marcada con una estrella. Al alba, cuando sonaba la corneta que anunciaba a todos los habitantes de Salem que ya era hora de honrar a su dios, un pastor que ella había alquilado para las tareas ganaderas tomaba el camino de la dehesa comunal situada al otro extremo del pueblo, seguido por dos o tres perros. El ama Huntchinson había tenido incluso algunas desagradables pendencias pues se negaba a pagar las tasas de pastoreo. ¡Esto era Salem! Una comunidad en la que todos robaban, hacían trampas y saqueaban envolviéndose en la capa del nombre de Dios. Y por mucho que la ley marcara a los ladrones con una B, cortara orejas, arrancara lenguas, los crímenes proliferaban.
Todo esto para explicar que no tuve ningún escrúpulo en robar a una ladrona.
Desaté la cuerda del corral y me deslicé entre los animales somnolientos y rápidamente inquietos. Cogí el cordero. Se resistió a la presión de mi mano, reculando con energía, pero yo era más fuerte y tuvo que seguirme.
Lo llevé hasta la linde del bosque.
Nos estuvimos mirando durante un breve instante, él, la víctima; yo, el verdugo tembloroso, suplicándole que me perdonara y que aunara mis plegarias a su sangre sacrificada en el holocausto. Después lo degollé con un tajo nítido y contundente. Cayó de rodillas mientras la tierra se humedecía alrededor de mis pies. Unté mi frente con aquella sangre fresca. Después extraje las vísceras del animal sin que el hedor de órganos y de excrementos me molestara lo más mínimo. Corté su carne en cuatro partes iguales y las presenté a los cuatro puntos cardinales antes de dejarlas como ofrendas para los míos.
Luego permanecí postrada entre plegarias y encantamientos que se atropellaban en mi cabeza. ¿Iban por fin a hablarme aquellas de las que yo sacaba fuerzas para vivir? Las necesitaba. Ya no tenía mi tierra, sólo tenía a mi hombre. Por tanto las necesitaba, a ellas, las que me habían hecho nacer. Pasó un tiempo, para mí incalculable. A continuación surgió un rumor de entre la maleza. Man Yaya y Abena, mi madre, estaban delante de mí. ¿Iban a romper por fin aquel silencio contra el que chocábamos como si fuera una pared? Mi corazón latía desesperadamente. "



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