Memorias sobre el matrimonio (fragmento)Manuel Payno
Memorias sobre el matrimonio (fragmento)

"Una mujer que no sabe coser y bordar, es como un hombre que no sabe leer ni escribir.
Desgracia y maldición para la mujer que consiente que su marido cosa los botones de sus pantalones y recorte con las tijeras las excrecencias que las lavanderas suelen criar en el cuello y puños de la camisa.
Execración eterna para la esposa que por indolencia sale a la calle con lo que se llama puntos en las medias.
Las ocupaciones expresadas de costura, no será conveniente que las tomen con absoluta continuación, pues al cabo de algún tiempo se resentiría de ello su complexión delicada, y enfermarían del pecho o del pulmón. Por el contrario, deben evitar todo trabajo fuerte y continuado en los primeros días de la concepción y algunos después de pasado el parto; pero perteneciendo esto a la higiene matrimonial, la dejaremos para otro capítulo y continuaremos con el presente.
Hay mujeres que les causa hastío sólo el ver un libro —esto es malo—. Hay otras que devoran cuanta novela y papelucho cae a sus manos —esto es peor—. Dice un proloquio que en el medio consiste la virtud, y en este punto debe llevarse a puro y debido efecto.
No hay ocupación más útil para toda clase de gentes que el leer. El entendimiento se fertiliza, la imaginación se aviva, el corazón se deleita, y el fastidio huye a grandes pasos ante la presencia de un libro. Todas estas son verdades evidentes, reconocidas, y que otros las habían ya dicho antes que yo; pero estas reglas deben sufrir grandes modificaciones respecto a las mujeres. El literato, el eclesiástico, el jurisconsulto deben y pueden leer (y eso si tienen ya el juicio y gusto formados) cuantas obras puedan, desde los escritos de Lutero hasta los sermones de Bossuet; desde el Hijo del Carnaval de Pigault-Lebrun, hasta Pablo y Virginia de Bernardino de Saint-Pierre; desde los Cuentos de Bocaccio y Fábulas de La Fontaine, hasta tas meditaciones de Lamartine; desde las novelas de Voltaire, hasta Los mártires de Chateaubriand; pero ¿una mujer? ¡Ah! Una mujer no debe jamás exponerse a pervertir su corazón, a desviar a su alma de esas ideas de religión y piedad que santifican aun a las mujeres perdidas. Tampoco deberá buscarse una febril exaltación de sentimientos que la hagan perder el contento y tranquilidad de la vida doméstica, y ver a su marido como un poltrón e insufrible clásico. "



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