Los días azules (fragmento)Fernando Vallejo
Los días azules (fragmento)

"Salvo la explanada donde está la casa, Santa Anita es una falda: el arranque de una elevada montaña que se va a perder en el más allá. La abuela, que nunca pasa de los corredores, no la conoce. No conoce su propiedad. Y siempre está preguntando: Niños, qué hay allá y allá. Hay zapotes, abuelita, naranjos y un limón, y un platanar y un cafetal, y la casita de don Valerio Hurtado el mayordomo, y una pesebrera donde duermen las vacas. La casa de don Valerio sí la conoce: sabe que es de piso de ladrillo y cocina con fogón de leña, ahumada; y la pesebrera alcanza a divisarla, pero no puede ver más allá: una cortina de hojas de plátano le tapa la vista, y por eso tiene que preguntar. Y así como ella pregunta, nosotros le preguntamos a ella. Por eso sabemos quién es don Valerio: no es un desarrapado de Las Casitas, un holgazán: él es un señor. Como mi abuelo. Son amigos desde Barrancabermeja. Él era rico, pero empobreció, y mi abuelo, para que tuviera un empleo, se lo trajo de mayordomo de Santa Anita, sólo que como ya está muy viejo no sirve para trabajar; además nunca ha sido de campo y no sabe echar azadón. Por eso la finca está vuelta un monte alzado: la maleza viene y va. Pero la ventaja que tiene Valerio es que es honrado, y eso sí es una seguridad. Julia se llama su mujer, malgeniada, huesuda. Tienen cuatro hijos, tres hombres y una muchacha: Rosalba, bonita; Arturo y Hernando son los hijos mayores, como de la edad de Ovidio; Rodrigo es como yo; o mejor dicho, un año menor. A un lado de Santa Anita hay cuatro mangos vetustos, frondosos, que tapan el cielo y se llaman «el bosque»; las cuatro cuadras de la falda se llaman «el monte». Bajo los mangos del bosque hay unas bancas de guadua gruesa, rústica, y algunas noches papi se instala en ellas con unos políticos importantes, que vienen de Medellín a beber aguardiente. Alumbran con un candil de petróleo la totalidad del país.
La otra tarde subimos con Capitán y Rodrigo hasta el final del monte a escarmentar camajanes, que desde hace días se están robando las naranjas. Había tres o cuatro emboscados en la maleza del cafetal, y nos mandaron una andanada de piedras. Tuvimos que regresar con Rodrigo descalabrado. Un día se gana, otro se pierde: la guerra es así. Lo que importa es combatir. Capitán se fue de repente detrás de una mala mujer y no volvió. Como quien dice, se fue por amor. Pasaron dos años, tres... A la puerta del cuarto de mis abuelos, que da al corredor, una noche negra empezaron a llamar de un modo extraño: con unos rasguños como de garras de fiera. "



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