Esto, lo otro y lo de más allá (fragmento)Julio Camba
Esto, lo otro y lo de más allá (fragmento)

"Hubo un tiempo en el que se creía que los escritores trabajan siempre por inspiración, y cuando el profesional de las letras ponía una cara más alelada y profería mayores incongruencias era cuando se le consideraba más acerca de la creación genial. Por mi parte, y hablando en términos generales, no creo que un escritor necesite nunca para su trabajo mucha más inspiración que un albañil ni, sobre todo, que un viajante de comercio, pero, en último término, si la necesita, la busca. El despacho del escritor funciona, más o menos, como su cocina. En el uno habrá que encender a diario el fuego sagrado de la inspiración, pero, en la otra, es preciso producir el no menos importante de los desayunos, y así como la cocinera, en fuerza de soplar y resoplar, termina siempre por salir adelante, aunque sea con toda la cara tiznada de hollín, así también acaba siempre saliendo adelante el escritor, aunque en la ardua tarea se haya ido poniendo poco a poco como un calamar en su tinta. Es decir, que la inspiración puede, en algunos casos, bajar del cielo, pero, cuando no baja, el escritor que sabe su oficio la enciende por sí mismo valiéndose al efecto de unos procedimientos bastante semejantes a los que suelen utilizarse para encender los fogones culinarios y las estufas de la calefacción.
Todo lo cual viene a cuento del libro de Rosamond Harding, Anatomía de la inspiración, que se publicó en el año de 1940 y que acaba de reimprimirse ahora con varias notas ampliatorias. La doctora Harding cree, desde luego, en la inspiración, pero no como un don exclusivo de los poetas ni como algo independiente del esfuerzo humano. «No es la inspiración —dice— la que crea las grandes obras a través del hombre. Al revés, es el hombre quien, cuando quiere hacer una obra verdaderamente grande, crea, dentro de sí mismo, la inspiración necesaria para producirla». En cuanto a los medios de obtener esa inspiración, generalmente son de lo más variado, imprevisto y desconcertante que se pueda imaginar. El más común consiste, como ya hemos dicho, en soplar y resoplar y tiene un carácter esencialmente neumático, pero también hay quien se inspira rascándose el occipucio o royéndose las uñas —lo que, desde luego, es de muy mala crianza— y hasta hay quien, ¡horror de los horrores!, va a buscarse la inspiración con un dedo en el fondo de su nariz. Luego, y cuando el escritor se encuentra ya verdaderamente inspirado, no es nada raro el que muchas veces se ponga a mojar su pluma en la taza del café, mientras va saboreando a pequeños sorbos, como si fuese un néctar toda la tinta de su tintero...
Es muy extraño, no cabe duda, este fenómeno de la inspiración cuya anatomía pretende fijar en su libro la señora Harding. Es un misterio que no tiene explicación ni tiene anatomía posibles. "



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