El viejo expreso de la Patagonia (fragmento)Paul Theroux
El viejo expreso de la Patagonia (fragmento)

"Había una fila de asientos vacía en un extremo del tren. Me estiré en ella para beberme mis cervezas, di unas chupadas a mi pipa y me permití otro capítulo de Pudd’nhead Wilson. La noche caía sobre Papaloapan. Los perros ladraban, las voces del pueblo se habían convertido en murmullos, las radios seguían encendidas, y los pasajeros hablaban más bajo en la oscuridad. Había grillos, rápidos como castañuelas; hacía siglos que no oía grillos; su sonido era relajante. Y la novela me reconfortaba: qué libro tan espléndido. Había creído conocer la historia, pero cuanto recordaba era el asunto de las huellas dactilares, los gemelos y el crimen. Me había perdido las ironías: es una historia sobre la libertad y la esclavitud, la identidad y el disimulo en la que los tintes raciales adquirían el rango de atributos. Era una obra maestra salvaje, con una jovialidad cruel y cruda, más ingeniosa y pesimista que todas las demás obras que había leído de Twain. Se inspiraba en un cuento popular: los niños cambiados, el niño esclavo convertido en amo, el hijo del amo en un esclavo. Sin embargo, las implicaciones raciales hacían del libro una pesadilla de injusticias enmascaradas. Había empezado como farsa sobre una pareja de gemelos. Twain consideró que era un defecto: «dos historias en una, una farsa y una tragedia». Decidió retocar la historia: «Saqué la farsa y dejé la tragedia». Sin embargo, la tragedia es tan amarga que esta poco leída novela —una de las comedias más lúgubres de la literatura estadounidense— es considerada como la historia de un abogado rural, una figura de aspecto cómico que gana un caso por medio de las huellas dactilares. Su victoria no eclipsa por completo el hecho de que todos los demás personajes de la novela, incluso los más respetables, acaban derrotados. Aquello me dio tema para una conferencia: cómo, mediante una cuidadosa selección, simplificamos a nuestros escritores; la literatura estadounidense es una antología de lo soportable.
Mientras tanto, fue oscureciendo cada vez más en Papaloapan. Alcé la vista y vi una locomotora solitaria acercándose por el puente. Pasó junto a nosotros y, cinco minutos más tarde, hubo un golpe, una sacudida y una reanudación de la actividad en las vías. A continuación un agudo silbido y los niños guatemaltecos gritando: «¡Vámonos!». Las luces se habían encendido en el pueblo, pero las bombillas estaban desnudas y deslumbraban; al poco se desplazaron ante el tren y los lugareños nos contemplaron partir mientras algunos nos saludaban tímidamente, como si medio esperaran que nos detuviéramos de nuevo. Pero no nos detuvimos. La brisa purificó los coches y, entre los árboles, sobre el resplandor del pueblo, vislumbramos el cielo, una puesta de sol que, quinientos años atrás, había sido contemplada por un poeta azteca. "



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