Colina negra (fragmento)Bruce Chatwin
Colina negra (fragmento)

"En la India, Mary había visto una vez a los lanceros cabalgando hacia la frontera, y un toque de clarín le producía cosquilleos en la espina dorsal. Creía en la Causa Aliada. Creía en la Victoria y, sumándose a la «colecta de prendas de punto» patrocinada por la señora Bickerton, ella y Rebecca dedicaban su tiempo libre en tejer guantes y pasamontañas para los chicos del frente.
Amos aborrecía la guerra y no quería tener nada que ver con ella.
Escondió sus caballos de los oficiales de remonta. Desobedeció una disposición del Ministerio que ordenaba plantar trigo en una ladera que miraba al norte. Era una cuestión de orgullo —como hombre y como galés— evitar que sus hijos combatieran en el bando de los ingleses. Atribuyó a la Biblia la confirmación de sus opiniones. ¿Acaso la guerra no era el castigo de Dios a las Ciudades de la Llanura? ¿Acaso todos los elementos de que hablaban los periódicos —las andanadas de artillería, las bombas, los submarinos alemanes y el gas mostaza— no eran los instrumentos de Su Venganza? ¿Quizás el Káiser era otro Nabucodonosor? ¿Quizás a los ingleses les aguardaba un Cautiverio de Setenta Años? ¿Y quizás habría un remanente que sería absuelto, un remanente como el de los recabitas, que no bebían vino, ni vivían en ciudades, ni veneraban falsos ídolos, sino que obedecían al Dios Viviente?
Expuso estas ideas al señor Gomer Davies, que lo miró como si estuviera loco y lo acusó de ser un traidor. Él, a su vez, acusó al clérigo de interpretar falazmente el Sexto Mandamiento, y dejó de concurrir a la capilla.
En enero de 1916 —después de aprobada la Ley de Conscripción— se enteró de que una Sociedad Fraternal de Recabitas celebraba reuniones regulares en Rhulen, y así entró en contacto con los objetores de conciencia.
Llevó a los gemelos a sus sesiones, en un desván lleno de corrientes de aire, en los altos de la tienda de un remendón de South Street.
La mayoría de los miembros eran artesanos o trabajadores manuales, pero entre ellos había un caballero: un joven larguirucho con nuez prominente, que vestía raídas ropas de tweed y reescribía las actas en una prosa grandilocuente.
Los recabitas pensaban que el té era un estimulante pecaminoso, así que los tentempiés se circunscribían a un refresco de grosella negra y unos delgados bizcochos de arrurruz. Los oradores profesaban, uno por uno, su fe en un mundo pacífico, y se explayaban sobre la suerte de sus camaradas. Muchos habían sido sentenciados por el tribunal militar o estaban en la cárcel. Y uno de ellos, un picapedrero, había emprendido una huelga de hambre en la prisión militar de Hereford cuando los sargentos habían intentado obligarlo a administrar la provisión de ron del regimiento. Había muerto de neumonía después de ser sometido a un régimen de alimentación forzada. Una mezcla de leche y cacao, instalada a través de sus fosas nasales, se le había filtrado hasta los pulmones. "



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