Cartas a su hijo (fragmento)Philip Dormer Stanhope
Cartas a su hijo (fragmento)

"Recuerdo a este propósito un ejemplo bastante ilustrativo que se remonta a muchos años atrás. Un joven decidido a brillar en ese papel se encontró un buen día asistiendo a una representación de La caída de un libertino, una versión de El invitado de piedra de Molière. Se trata de la residencia campestre de Chesterfield, donde tenía una galería de pintura y quedó tan gratamente impresionado por la imagen del protagonista, que juró que le habría gustado ser dicho personaje. Algunos amigos le preguntaron si no sería mejor para él identificarse con un libertino, pero sin compartir su caída. A lo cual él replicó con gran vehemencia: «No, porque es la coronación perfecta de su carrera». Y así sucede en realidad, por más extravagante que pueda parecer bajo esta luz, a muchos jóvenes infortunados, que, fascinados por la palabra «placer», se entregan indiscriminadamente y sin ningún criterio a toda clase de excesos, para caer finalmente de forma fatal. No me refiero al estoico, y tampoco se trata de un pretexto para exhortarte a que lo seas tú a tu edad; lejos de mí el hacerlo: me limito a indicarte los caminos del placer, con objeto de acelerar y hacer más expedito tu camino. Disfruta de los placeres, con tal de que los sientas como propios: sólo así los disfrutarás de verdad; no te fijes ninguno de antemano, sino que confía en la naturaleza, la cual sabrá orientarte hacia los más genuinos. Los que quieras experimentar, además, deberás conquistarlos por ti mismo; el hombre que se entrega a todos indistintamente acaba por no saborear ninguno. Estoy convencido de que Sardanápalo no sintió nunca en su vida un placer verdadero. Sólo quien los alterna con ocupaciones serias saca de ambas cosas el merecido disfrute. Alcibíades, pese a entregarse a los peores excesos, reservaba un poco de su tiempo a la filosofía y otro poco a los asuntos públicos. Julio César sabía compaginar con tanto arte asuntos públicos y placer que estos se veían mutuamente favorecidos, y, a pesar de hacer las veces de marido de todas las mujeres de Roma, encontraba tiempo para demostrar que era uno de los más sabios, quizás el mejor orador y sin duda el mejor general de la Urbe. Una vida compuesta exclusivamente de placeres es tan insípida como despreciable. Dedicar algunas horas al día a las cosas serias aviva la mente y los sentidos, y vuelve más grato el tiempo reservado al esparcimiento. Un glotón ahíto, un borracho consumido por su vicio y un debilitado y corrupto frecuentador de prostitutas no disfrutarán jamás de los placeres a los que consagran todas sus energías: no son sino otros tantos sacrificios humanos a los falsos dioses. Los placeres del vulgo están todos reunidos en esta naturaleza falaz, puramente sensual y vergonzosa, mientras que cuanto más preciados, más refinados, menos peligrosos e inconvenientes (aunque no necesariamente más morales) son los que se disfrutan en la alta sociedad y en buena compañía, los cuales, además, no manchan de ordinario lo más mínimo la reputación de quien se entrega a ellos. Dicho en pocas palabras, el placer no debe ni puede constituir la ocupación exclusiva de un hombre sensato y de carácter, sino que ha de ser, y es, su solaz y recompensa. "


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