Esa sangre (fragmento)Mariano Azuela
Esa sangre (fragmento)

"Refugito entró a la parroquia y todavía le temblaban las piernas y le repicaba el corazón. Se detuvo en uno de los altares laterales, se puso de hinojos ante Jesús Nazareno y sollozando y rezando permaneció allí muchos minutos. Besó la orla dorada de la túnica morada cuando hubo de recobrar por fin su equilibrio. No lloraba por Julián, ni por sus reliquias, lloraba por ella misma, con la tristeza de ser la misma de antes. Ni el dolor, ni la pobreza, ni los trabajos y sacrificios pasados pudieron lavar las impurezas de aquella sangre que a veces la abrasaba las carnes, se le subía a la cabeza y la hacía perder todo dominio sobre sí. Tristeza y terror, porque sabía que en esos momentos de arrebato podía llegar a los peores extremos.
Y no eran simples suposiciones. Tenía diez años la primera vez. Uno de los peones entraba enconado bajo un enorme canasto de maíz y sin percatarse pisó un gatito blanco, encanto de la niña que jugaba todo el tiempo con él. Lo desnucó. Refugito, fuera de sí, tomó una barreta de hierro y se la arrojó a la cabeza. No lo mató, pero el pobre hombre quedó idiota por sus días. Su castigo lo encontró en cada encuentro con él. La sangre de los Andrades atemperada por la de su madre. ¡Dios la tenga en el cielo! Fue mártir por su vida. Su historia, historia de perenne sacrificio. Botón de rosa que se abre al amanecer, brutalmente tronchado por la lascivia intemperante de uno de los jefes pertenecientes a las hordas del bandolero-guerrillero Juan Chávez, terror de la comarca en los años de la guerra de Reforma. La ingénita bondad, el candor y la inocencia se impusieron al bruto y éste legitimó su posesión, desposándose con su víctima, como si con ello le hubiera otorgado una gracia excepcional. Marcelina fue la mártir de su esposo y de cada uno de los cachorros que heredaron los instintos eróticos y sanguinarios de su progenitor. El advenimiento de una niña —Refugito— fue un consuelo y una esperanza. Pero zanconcita apenas comenzó a dar guerra: azuzada por sus hermanos y aplaudida por su padre, aprendió a montar potros de falsa rienda, a lazar toros, a ordeñar las vacas. Tiró al blanco con rifle y revólver y dijo palabrotas con la naturalidad y sencillez de cualquier carretero. A fuerza de paciencia y bondad doña Marcelina la fue atrayendo poco a poco a las tareas hogareñas. Un día su hermano mayor, de regreso de un bodorrio, llegó borracho insultando a «las viejas». Refugito descolgó la escopeta con que cazaban liebres y le disparó a quemarropa. Sin consecuencias, porque el arma no estaba cargada. Pero con eso bastó para sentar un precedente de libertad e independencia. Ni su padre ni sus hermanos volvieron jamás a molestarla.
Se asustó tanto de lo que había hecho, que por algún tiempo perdió el sueño, tuvo algunos ataques de nervios y hubo que llevarla al pueblo a que le curaran los nervios. Fue el primer cambio de dirección en su vida. Se consagró al hogar y a la defensa de su madre. Vino la revolución, las expulsaron de sus propiedades, doña Marcelina murió de la pena y Refugito se quedó sola en el mundo, sin más consuelo que el recuerdo de su santa madre. Tuvo que trabajar, hacerse comerciante, asociarse con mi Pablón, su primo carnal, hasta conquistarse su independencia económica. "



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