Guerreros y traidores (fragmento)Jorge Martínez Reverte
Guerreros y traidores (fragmento)

"No hay que hacerle ningún sitio en la ambulancia al valiente guerrero judío, espía y homosexual a quien algunos irlandeses consideran un asesino. El sitio para que repose se lo hacen sus hombres bajo tierra al pie de un olivo, y le improvisan una lápida que nadie, salvo quien la destruya en estos días salvajes, volverá a encontrar.
Aalto está vivo y sigue ocultando que él también es homosexual. Ni siquiera Goff lo puede saber. Goff es comunista y los comunistas no aceptan esas cosas, rechazan a los homosexuales. Luis Cernuda, un poeta español, padece una situación similar, aunque Aalto no ha oído hablar de él: tiene que marcharse al exilio, porque la presión es insufrible en la misma ciudad, en Valencia, desde donde Auden ha vuelto a su país. Cernuda ha quedado tan tocado de su experiencia que ha escrito con gran amargura: «Porque nada separa tanto a los hombres como una diferencia en los gustos sexuales, ni la nacionalidad, la lengua, la ocupación, la raza o las creencias religiosas levantan entre ellos una barrera tan infranqueable».
Ed Rolfe ha llegado por fin a la capital de la España republicana, y se cela con su trabajo en Madrid, como editor del periódico de los americanos, The volunteer. Y allí recalan, después de la matanza de Brunete, los supervivientes de la batalla y los guerrilleros, que no han sufrido bajas en sus arriesgadas acciones.
La mayoría de los supervivientes están heridos, distribuidos por los hospitales de la ciudad. Los 200 que han quedado ilesos gozan de la relativa calma, siempre quebrada por los obuses, que se les ofrece en un Madrid acogotado por los bombardeos y el calor del verano. Van a las terrazas de los cafés, donde apenas hay nada para elegir, al cine, donde proyectan películas de Chaplin y heroicas epopeyas rusas, y los escogidos pueden acercarse al Florida, donde Fischer, Hemingway y Matthews siguen recibiendo visitantes como si se hallaran en un palacio de su propiedad.
Para ellos la escasez es menos. Dos Passos se ha marchado. Ha comenzado a enfrentarse con su amigo Ernest porque no encuentra a otro amigo, José Robles, que ha desaparecido. Robles es el traductor al castellano de la obra de Dos Passos, y su mujer, Márgara, solo sabe que un día se presentaron unos tipos de paisano y se lo llevaron; bueno, también sabe que estuvo en una cárcel de Valencia y que su rastro se esfumó. Entre los que «saben» se da por seguro que lo han liquidado los servicios secretos soviéticos, pero eso es poco más que un incidente dentro del gran universo de la guerra. El «por algo sería» funciona a la hora de no querer preguntarse por hechos incómodos que traerían complicaciones a quien quisiera indagarlos. Dos Passos va a romper con Hemingway, que es partidario del silencio. Su relación se acabará enseguida. Es mucho más fácil perder una amistad que cultivarla. Dos Passos dejará de ser un ídolo para los voluntarios americanos. Se convierte casi en un traidor. Hemingway se ocupa de ello con la ayuda de los comunistas, que son muy eficaces para esos menesteres de acabar con famas y prestigios. El razonamiento es devastador: si los soviéticos están por medio es que Robles había hecho algo muy equivocado.
Es Edwin Rolfe, su amigo de luchas en Nueva York, quien puede dar vía libre a tipos como Aalto a los santuarios de los escritores, poetas y periodistas americanos. Rolfe tiene muy buena entrada en ese ambiente. Pero no en el Florida, adonde no va porque detesta a Hemingway, al que considera un antisemita, aunque coincida con él en la visión del asunto Robles. Alguien como Aalto tiene que acercarse sin su amigo poeta. Los dos, él y su ya íntimo amigo Goff, están en el campo de entrenamiento de Alcalá de Henares, aprendiendo de los técnicos soviéticos la tarea de ser guerrilleros. Desde Alcalá, la ciudad está a tiro de piedra. "



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