Roderick Hudson (fragmento)Henry James
Roderick Hudson (fragmento)

"Me recuerda —dijo— las obras que realizaba un joven que conocí hace años, cuando vine a Roma por primera vez. Era alemán, un alumno de Overbeck y devoto del arte espiritual. Solía vestir una túnica de terciopelo negro y un cuello de camisa muy bajo; su cuello se asemejaba al de una grulla enferma, y llevaba el pelo largo hasta los hombros. Se llamaba Herr Schaafgans. Nunca pintó nada tan profano como un hombre bebiendo, porque ninguno de sus personajes tenía nada tan vulgar como un apetito. Eran todo ángulos y aristas, parecían diagramas de naturaleza humana. Eran figuras si así las querías llamar, pero figuras geométricas. No habría estado de acuerdo con Gloriani mucho más que tú. Solía venir a verme muy a menudo, y por entonces pensaba que su túnica y su largo cuello eran indicios infalibles de genialidad. Su charla estaba llena de aureolas doradas y visiones beatíficas; sólo se alimentaba de vino suave y galletas y portaba un mechón de San No-sé-qué en una pequeña bolsa que le colgaba del cuello. Si no era un Beato Angélico no era del todo culpa suya. Espero de todo corazón que el señor Hudson realice las estupendas obras de las que habla, pero debe tener presente la historia del querido señor Schaafgans como una advertencia contra pretensiones de altos vuelos. Un día este pobre joven se enamoró de una modelo romana, aunque nunca había posado para él, según creo, ya que ella era una criatura pechugona, de piel morena y rostro atrevido, y él sólo pintaba mujeres pálidas y enfermizas. Le ofreció casarse con ella, ella lo miró de la cabeza a los pies, se encogió de hombros y aceptó. Pero le dio vergüenza establecerse con su mujer en Roma. Se fueron a Nápoles y fue allí donde lo vi un par de años más tarde. El pobre muchacho estaba arruinado. Su mujer le pegaba y él se había dado a la bebida. Vestía un raído abrigo negro y tenía la cara roja y llena de manchas. Su mujer trabajaba como lavandera y solía obligarle a ir a buscar la ropa sucia. ¡Su talento se había ido Dios sabe dónde! Se ganaba la vida pintando vistas del Vesubio en erupción en los pequeños puestos de Sorrento. "


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