La bibliotecaria de Auschwitz (fragmento)Antonio G. Iturbe
La bibliotecaria de Auschwitz (fragmento)

"Schwarzhuber lo achicharra con la mirada. Mengele le lee el pensamiento: le resulta insoportable su impertinencia, pero no se preocupa porque también detecta en su superior el recelo. El comandante sabe que debe ir con cuidado con él porque tiene amigos poderosos en Berlín. El Lagerführer tiene un brillo de rencor en la mirada, como si se relamiera pensando en el momento en que decline su buena estrella y pueda darse el gusto de aplastarlo como una cucaracha. Pero Mengele sonríe amablemente. Ese momento nunca llegará. Él siempre va un paso por delante de todos esos militares que, en realidad, no han entendido nada ni saben por qué están combatiendo. Él sí lo sabe. Lucha por convertirse en una celebridad. Primero dirigirá el Deutsche Forschungsgemeinschaft, el Consejo Alemán para la Investigación, y después cambiará el curso de la historia médica. El curso de la humanidad, en definitiva. Josef Mengele sabe que no es un hombre humilde; les deja la humildad a los débiles.
La historia le dará una lección. La mayor debilidad de todas es, precisamente, la de los fuertes: terminan por creerse que son invencibles. La fortaleza del Tercer Reich es su fragilidad: al creerse indestructibles abrirán tantos frentes que acabarán desmoronándose. Sobre Auschwitz ya empiezan a rondar los aviones de los aliados y los primeros bombardeos se oyen en la lejanía.
Nadie escapa a la debilidad.
Tampoco el invencible Fredy Hirsch.
Sucede unos días después. Cuando terminan las últimas actividades de la tarde y se despeja el barracón, Dita se apresura a recoger los libros. Los envuelve en una tela que los proteja del contacto con la tierra y se dirige al cuarto del Blockältester para dejarlos en su escondite. Quiere reunirse pronto con su madre para hacerle compañía.
Toca en la puerta y la voz de Hirsch le da permiso para pasar. Lo ve sentado en la única silla del cuarto, como otras veces. Pero en esta ocasión no está trabajando en sus informes. Tiene los brazos cruzados y la mirada perdida. Hay algo en él que ha cambiado.
Accede a la trampilla de madera oculta bajo un montón de mantas dobladas y acomoda los libros. Va rápido para salir cuanto antes y perturbar al jefe lo menos posible. Pero cuando ya ha dado media vuelta para irse, escucha la voz a su espalda.
[...]
Vuelve a quedarse en silencio y sus ojos miran hacia ninguna parte, que es lo que hacemos cuando queremos mirar hacia nuestros propios adentros. Dita no entiende nada. No entiende por qué el hombre que tanto ha luchado por retornar a la tierra prometida de Israel de repente ha perdido el interés en ir. Le gustaría preguntarle, pero él ya no la mira, ya no está allí. Decide dejarlo solo en su laberinto y marcharse sin hacer ruido.
Lo entenderá más adelante, pero en ese momento no es capaz de ver en su renuncia esa rara clarividencia que sobreviene a las personas cuando llegan al filo de sus vidas. Desde la altura del precipicio, todo parece inmensamente pequeño. Las cosas que parecían tan grandes de golpe se ven diminutas, y lo que parecía tan trascendental se ve ya como algo sin importancia. "



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