Nada crece a la luz de la luna (fragmento)Torborg Nedreaas
Nada crece a la luz de la luna (fragmento)

"Lo que mi madre revelaba de la ignorancia de nuestra clase —esa que se nos impone, esa a la que se nos somete a la fuerza— era lo que convierte a muchas de nuestras mujeres en poco más que unas sucias rameras cuando se enfrentan a duras pruebas. En la desesperación de mi madre asomaba la detestable escoria de la estupidez, la obscena cara oculta de la estupidez, la estúpida crueldad de quien pierde la cabeza a causa de la impotencia y no logra superar la prueba.
Y mi padre se hallaba solo bajo la sombra de lo innegable, que se aproximaba sin tapujos. Era el hombre más solo que la muerte ha visto jamás. Yo debí haberle entendido. Era su hija. Pero huí. Me encerré en mí misma y me aferré con avaricia a mi felicidad sin querer adentrarme en la sombra de su agonía, pues la silenciosa lucha contra la mezquindad de mi casa, la lucha contra un cansancio que quería encadenarlo a una silla y apartarlo del trabajo, la lucha contra aquello que le quitaba el aliento con la intención de ahogarlo… Era una lucha contra una muerte horrible.
Ya lo he dicho. Traicioné a mi padre en el momento más difícil. Buscaba la embriaguez en casa de Johannes. Me aferraba a esa embriaguez sin querer ver nada más. Sólo en una ocasión sentí algo por los míos. Fue una noche en que mi hermana estaba llorando en la cama. Me acosté con ella para consolarla. Pero ya te he contado esto, ¿no?
Sentí algo vivo en su interior. Algo que vivía en su barriga. Y puesto que me sentía tan sola y… Bueno, fue muy extraño porque no había nada vivo en mi interior. Amaba, era feliz, pero sólo se trataba de mi cuerpo, nada dentro de él. Pero ya te he hablado de esto antes. No te impacientes. Bueno, voy a contarte ahora qué ocurrió.
Ocurrió durante el otoño. Una buena y mala época. Pero aparté a un lado lo malo y me desentendí de ello. Mi vida estaba junto a Johannes. Eran las noches en que me escapaba a su casa al amparo de la oscuridad y la lluvia otoñal. Él me esperaba y me amaba. Pero en casa se dieron cuenta. Se dieron cuenta de que pasaba las noches fuera y de que por la mañana estaba cansada y a menudo llegaba tarde a la oficina. La situación era incómoda en la oficina y mi madre se puso ordinaria, como las madres suelen hacer con la mejor intención. En casa yo era fría y rencorosa, pero me volvía cálida y alegre cuando salía en la oscuridad sabiendo que Johannes me esperaba sentado en su apacible salita de estar tras las cortinas cerradas.
Y entonces ya no pude más. Un día ya no pude más. Por supuesto, yo veía que me había vuelto insoportable en casa. Me defendía poniéndome en plan grosero. Me sentía vulgar y horrible por ello, y muy enferma. Y ya no pude más. "



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