Marca de agua (fragmento)Joseph Brodsky
Marca de agua (fragmento)

"Los rostros de los querubes eran terriblemente grotescos: todos miraban el lecho fijamente desde lo alto con muecas corruptas, lasci­vas. Me recordaron la cuadra de jóvenes gorjeantes que habíamos dejado atrás; y entonces reparé en un televisor portátil que había en un rincón de aquella habitación, por lo demás enteramente va­cía. Imaginé al mayordomo divirtiéndose con su elegido en esa cámara: una sufriente isla de carne desnuda en medio de un mar de lino, bajo la mira­da escrutadora de esa obra maestra de yeso. Por raro que parezca, no sentí repulsión. Por el contra­rio, sentí que, desde el punto de vista del tiempo, tal diversión sólo podía parecer apropiada aquí, puesto que no generaba nada. Después de todo, durante tres siglos, nada había prevalecido aquí. Ni guerras, ni revoluciones, ni grandes descubrimien­tos, ni genios, ni plagas entraron aquí debido a un problema legal. La causalidad fue cancelada, pues­to que sus portadores humanos se pasearon por esta perspectiva sólo en condición de cuidadores, una sola vez en unos pocos años, si acaso lo hicie­ron. De modo que el pequeño cardumen que se meneaba en el mar de lino estaba, en realidad, en sintonía con las premisas, ya que nada de ello podía, naturalmente, dar nacimiento a nada. En el mejor de los casos, la isla -¿o debería decir vol­cán?- del mayordomo sólo existía en los ojos de los putti. No sobre el mapa de los espejos. Nada había allí.
Sucedió sólo una vez, aunque ya he dicho que hay multitud de lugares como ése en Venecia. Pero una vez es suficiente, especialmente en invierno, cuando la niebla local, la famosa nebbia, da a este lugar una ex temporalidad mayor que la del sacro interior de cualquier palacio, al borrar toda huella, no sólo de reflejos, sino de todo aque­llo que posea una forma: edificios, personas, co­lumnatas, puentes, estatuas. Los servicios fluviales se suspenden, no aterrizan ni despegan aviones du­rante semanas, las tiendas están cerradas y el co­rreo deja de amontonarse en los umbrales. El efec­to es similar al que produciría una mano brutal que volviese de dentro a fuera todas esas series de habi­taciones iguales y envolviese la ciudad entera en un lienzo. La derecha, la izquierda, el arriba y el abajo cambian de lugar, y no se encuentra un camino si no se es nativo o se cuenta con un cicerone. La nie­bla es densa y cegadora, y está inmóvil. Este último aspecto, sin embargo, es ventajoso si se sale para hacer un recorrido breve, para comprar cigarrillos, por ejemplo, porque se puede encontrar el camino de regreso gracias al túnel que el cuerpo practica en la niebla; es probable que permanezca abierto durante media hora. Es buena época para leer, pa­ra pasar todo el día consumiendo energía eléctri­ca, para dejarse caer en el café o para despreciarse, para escuchar el servicio mundial de la BBC, para irse a dormir temprano. En pocas palabras, una época para olvidarse de uno mismo, inducido por una ciudad que ha dejado de ser visible. Incons­cientemente, uno sigue su ejemplo, en especial si, como ella, carece de compañía. "



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