Plainsong (fragmento)Kent Haruf
Plainsong (fragmento)

"Salió de la casa. Ellos la siguieron hasta la valla y se quedaron mirándola mientras arrancaba y daba marcha atrás y se alejaba por el sendero lleno de baches. Maggie se despidió con la mano al pasar a su lado. Ellos le devolvieron el saludo.
Cuando el coche desapareció rumbo al camino de grava los dos hermanos McPheron volvieron a la cocina y se acabaron el café sin decir nada y se pusieron las gorras y los guantes y se volvieron a calzar las botas de goma y volvieron al trabajo. Era como si la proposición de Maggie les hubiera sumido en un súbito estado de mutismo.
No volvieron a hablar hasta mucho tiempo después, cuando el sol ya estaba a punto de ponerse y el azul del cielo ya había palidecido y las finas sombras azules de los olmos se alargaban sobre la nieve. Estaban en el corral de los caballos, trabajando junto al abrevadero, que estaba cubierto por una gruesa capa de hielo. A su lado los caballos, que ya habían mudado el pelo para el invierno, los observaban pacientemente. El viento azotaba las colas de los caballos y se llevaba las volutas de su aliento, convirtiéndolas en jirones antes de hacerlas desaparecer.
Harold golpeaba la capa de hielo con un hacha. La golpeó una y otra vez hasta que por fin consiguió traspasarla y la cabeza de la herramienta se hundió y el mango, de repente muy pesado, se perdió de vista en el agua. Sacó el hacha y repitió la operación. Raymond empezó a sacar trozos de hielo con una pala, arrojándolos por encima de su hombro. Cuando por fin consiguieron deshacerse de todo el hielo levantaron la tapa de la caja impermeabilizada que flotaba en el agua. Dentro estaba el calentador. La llama del piloto se había apagado. Harold se quitó los guantes y sacó una larga cerilla del bolsillo interior de su mono y la encendió con la uña del dedo pulgar y protegió la pequeña llama ahuecando las manos mientras la acercaba al calentador. El piloto prendió y Harold ajustó la llama. Raymond cerró la tapa de la caja del calentador con un alambre y se aseguró de que todavía quedaba gas en el cilindro que había junto al abrevadero. El cilindro todavía estaba medio lleno.
Esperaron un rato, resguardándose del frío junto al molino. Sedientos, los caballos se aproximaron al abrevadero y observaron a los dos hombres y olisquearon el agua y bebieron con avidez. Después de beber retrocedieron un par de pasos y miraron a los dos hombres con ojos grandes y luminosos y redondos como pomos de caoba.
Casi había oscurecido. Sólo se distinguía una fina franja de luz violeta sobre el horizonte. "



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