Diario de un cazador (fragmento)Miguel Delibes
Diario de un cazador (fragmento)

"El monte de Villalba no tiene más inconveniente que el de ser del común, y ya se sabe lo que ocurre en este país con las cosas que son del común. Así y todo hay liebre en cantidad. Es un monte grande y cerrado y la caza se defiende bien. Zacarías había avisado a un primo suyo y nos esperaba a la entrada del pueblo con el camión del panadero. Hemos cazado de ojeo. Melecio llevó al Mele a pesar de que el tiempo está de helada. El chavea estaba negro y confundía las perdices con las urracas. Dimos tres ganchitos de salida y caímos dos liebres, dos perdices y una torcaz. Una de las liebres era un macho como un perro. Íbamos por el cuarto ojeo cuando apareció el jurado. El primo de Zacarías y su amigo escondieron las escopetas en un chaparro, pero al Pepe lo pilló in fraganti. El Pepe nunca lleva en regla los papeles. No tiene guía, ni permiso de armas y la licencia es del 44. El Pepe le dijo al jurado que era capitán de aviación y había olvidado los documentos en el campo. El jurado se echó a reír y le dijo que iba a retener la escopeta, y que al otro día podría volver en avión a mostrarle los papeles. El Pepe se cabreó y le dijo que la escopeta se la podía quedar, pero que de él no se cachondeaba ni su padre. Le di de codo al Pepe por el Mele, pero él como si nada. Soltó dos ajos y le dijo al guarda que no olvidase que hablaba con un oficial. El jurado le tomaba a pitorreo. El primo de Zacarías le dijo entonces que no fuera mala sangre y que si quería acompañarnos a comer. El guarda le dijo que ya había comido y le preguntó dónde había dejado su escopeta. El primo de Zacarías se las sabe todas y le contestó que de sobra sabía que él nunca llevaba armas. Visto lo visto, el Pepe cambió de sistema. Le pidió la cartera a Tochano, le largó un billete de cinco pavos al guarda y le dijo que no se hablara más del asunto. El jurado dijo que por quién le había tomado, y no hubo manera. Cuando nos sentamos a comer le dije lealmente al Pepe que mejor le había ido así, ya que su escopeta no vale un real. Se lo planté de buena fe, pero él se cabreó y me dijo que no la cambiaba por la mía ni aunque le diera diez pavos encima. Lo tomé a guasa, porque la escopeta del Pepe está desgobernada, tiene los tubos picados y no ve la grasa desde antes de la guerra. El primo de Zacarías le dijo entonces que si apreciaba el arma volviera al día siguiente con diez machacantes. Por la tarde, cosa extraña, hicimos cuatro liebres más y en seguida se llegó la hora. Sacamos pajas y el Pepe cogió la pequeña, se endemonió y dijo que no quería caza. Melecio metió el cuezo y le dijo que le cedía su lote. El Pepe, como si no le oyera, se puso a vocear que había hecho tres piezas, le habían birlado la escopeta y para acabar de gibarla le despachábamos con una liebre tiñosa. Le hice ver que así es la caza y que otras veces mata menos de lo que se lleva, pero no hubo manera. Al fin, Melecio, por primo, cargó con la liebre del Pepe y el Pepe se llevó la liebre grande y la perdiz de Melecio. En el camino pinché y perdí media hora. No vuelvo a subir en la burra aunque el tren llegue a las tantas. "


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