Este inmenso mundo (fragmento)Sinclair Lewis
Este inmenso mundo (fragmento)

"Hayden intentaba por todos los medios igualarse a ellos y trataba infantilmente de demostrarle cuánto había cambiado y lo europeizado que estaba. Habló en italiano con el camarero (que pareció comprender algunas de las palabras que le dijo), pero estos alardes no servían con los Windelbank, que ya habían establecido firmemente su superioridad cultural y se permitieron llegar a unas cuantas conclusiones científicas dándose bastante importancia.
Los ciudadanos de Bolonia (donde habían pasado tres horas) eran sin duda alguna mucho más alegres que los ciudadanos de Padua (dos horas). Por toda Francia, la venta de los refrescos norteamericanos (gracias a la pureza de nuestros soldados que habían luchado en aquel país tan necesitado de tutela) estaba acabando con la venta del vino francés. En Cannes (veintidós horas) llueve durante todo el año sin pa­rar y los Windelbank habían advertido al gerente del hotel que hacía muy mal quedándose allí. Era absurdo que un hombre tan simpático se pasara la vida en un sitio tan triste y lluvioso como Cannes en vez de disfrutar del clima de Newlife, en Colorado.
Pero perdonaron a Hayden su incultura turística y para demostrarle que no le guardaban rencor por lo mal que aprovechaba su vida le prometieron que enviarían su dirección y su número de teléfono a todos los turistas con quienes habían trabado amistad a lo largo de su viaje. Como quiera que la mayoría de ellos pensaban visitar Florencia muy pronto, encontrarían en Hayden un acompañante ideal. Avisarían en seguida a aquella deliciosa pareja norteamericana que habían conocido en Glasgow —el marido se dedicaba a fabricar ladrillos, de modo que Hayden y él podrían aprovechar el tiempo hablando de los intereses profesionales que tenían en común. Y ella, la esposa, era una mujer encantadora: le gustaba leer en voz alta la guía—. Hayden lo pasaría muy bien con los dos y para él sería un placer enseñarles Florencia. Y le enviarían también su dirección a aquel holandés tan divertido que sólo quería hablar de la pesca del salmón en Escocia, y un predicador de Chicago que podría explicarle a Hayden todo lo referente a la Iglesia Católica mientras visitaba los templos de Florencia. Y había mucha más gente, toda ella igualmente amena.
Hayden oyó heroicamente esta proposición sin pedir socorro pero aquella noche rogó a Olivia que le acompañase al almuerzo del día siguiente con los Windelbank. Antes se lo habría negado pero desde que la encontró indefensa en el vestíbulo envuelta en liviana seda, se mostraba ante él casi humilde y casi obediente. Aceptó aunque se per­mitió alguna molesta observación sobre la clase de gente que conocía Hayden en los Estados Unidos.
Pasó toda la mañana, hasta la hora de comer, cambiándoles los dólares y leyéndoles las páginas 400-426 de la décima edición del Baedeker correspondiente al norte de Italia y también fueron de tiendas: películas Kodak, unos cuellos de encaje y un sweater para Jean, la hija casada del matrimonio. No sería exacto decir que habían comprado un sweater para la joven Jean en todos los países de Europa... ya que nunca estuvieron en Albania. "



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