La melancolía de los Crusich (fragmento)Gianfranco Calligarich
La melancolía de los Crusich (fragmento)

"El viento continuaba barriendo la ciudad cuando, aferrándose continuamente al trazado de los muros igual que el mar a la delineación del horizonte, había arribado al camposanto de la ciudad, donde, inclinado sobre una tumba con el cemento aún fresco, y resistiendo los embates del viento sobre su espalda como un irascible dueño de la ciudad decidido a defenderla de la más ínfima de las furtivas asechanzas, había arrancado de la lápida, usando una navaja, la fotografía de una mujer joven, sonriente y vestida de blanco. Luego, una vez concluida la tarea y depositada la fotografía en el interior del mismo bolsillo donde guardaba la navaja, y siempre aferrándose con brío, había llegado al lugar desde donde había tomado la determinación de contemplar por última vez su propia ciudad. El gran café lleno de espejos que lo había agasajado con virutas de humo, con las bolas de billar entrechocando y los saludos que nunca había respondido, hizo que se detuviera siquiera por un instante. Sólo el tiempo de degustar pausadamente un café austríaco largo, sujetando la taza con ambas manos como otro punto de apoyo en su deambular por las calles y contemplando su propio rostro entre otras faces fanáticas y reflexivas en el gran espejo ubicado en la pared tras el mostrador. Seguidamente, una vez que sus manos se hubieron calentado por el hervor de la taza, saludó con un gesto afirmativo al camarero y, siempre sin responder a los diversos saludos que provenían del interior de la puerta del local. El viento la sacudía como un gigantesco aventurero decidido a entrar a toda costa en la sala y hubo de aguardar a que cediera un tanto en su ímpetu, haciendo fuerza con ambas piernas y con los brazos, logró primero abrirla y luego cerrarla tras de sí. Entonces, aferrándose fuertemente, se debatía de nuevo contra el viento. En dirección al puerto. "


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