La pelirroja (fragmento)José Fialho de Almeida
La pelirroja (fragmento)

"Al anochecer se podía contemplar una escena lúgubre y misteriosa en la que se adivinaba el trabajo de millones de gusanos. El ladrido de los perros producía un eco desolado, que, después, hacía aún más siniestro el silencio. La puerta se cerraba sin ruido, girando sobre bisagras discretas, y una luz se desvanecía en la tiniebla, al fondo de los cipreses y las tumbas, delante de un santuario desierto, donde el Cristo, desde lo alto, observaba con desdén.
Comenzaban entonces a llegar a la tasca los guardas, envejecidos en el hábito de acoger los entierros, solemnes en sus uniformes fatídicos; los sepultureros angulosos y bizcos exhalando un hedor putrefacto. Y cada uno de ellos, tras dar las buenas noches a la tía Lauriana, iba a sentarse al banco, en su sitio, chupando la punta de un cigarro y pidiendo bebidas. Todas las noches la casa se llenaba y el aspecto era siempre el mismo.
Al fondo, apoyada en el mostrador forrado de zinc, la tía Lauriana, que tenía como especialidad pasteles de bacalao: mujer de grandes pechos y pendientes de aro, con unas piernas varoniles que le asomaban por las groseras faldas de franela. En un rincón, el ciego de sombrero de ala ancha ladeado, actitud fría, hambrienta, dolorida y apagada; la rebeca en las rodillas, la manta de flecos al hombro, la noche eterna en las facciones. "



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