El almuerzo desnudo (fragmento)William Burroughs
El almuerzo desnudo (fragmento)

"Panorámica de la ciudad de Interzonas. Primeros compases del Saint Louis Este Toodleoo... unas veces fuertes y claros, otras débiles, intermitentes como música en una calle ventosa...
La habitación parece estremecerse y vibrar de movimiento. La sangre y sustancia de muchas razas: negros, polinesios, mongoles de las montañas, nómadas del desierto, políglotas del Cercano Oriente, indios... razas todavía no concebidas ni nacidas, mezclas aún sin realizar pasan a través de tu cuerpo. Migraciones, viajes increíbles a través de desiertos y selvas y montañas (éxtasis y muerte en valles cerrados de las montañas en los que las plantas nacen del sexo, inmensos crustáceos se incuban en el interior y rompen el cascarón del cuerpo) cruzando el Pacífico en piragua hasta la Isla de Pascua. La Ciudad Compuesta, por cuyo inmenso mercado silencioso se despliegan todas las posibilidades humanas.
Minaretes, palmeras, montañas, selva... Un río indolente en el que saltan peces malignos, amplios parques llenos de maleza donde chicos se tumban en la yerba, juegan crípticos juegos. Ni una sola puerta cerrada en toda la Ciudad. Cualquiera puede entrar en tu habitación en cualquier momento. El Jefe de Policía es un chino que se escarba los dientes y oye las denuncias presentadas por algún lunático. De vez en cuando, el chino se saca el palillo de la boca y observa la punta. Progres de suaves rostros bronceados recostados en los marcos de las puertas hacen girar sus llaveros, una cabeza reducida colgada de una cadena de oro, rostros inexpresivos, con la calma ciega de un insecto.
Detrás de ellos, a través de puertas abiertas, mesas y reservados y barras, y cocinas y baños, largas hileras de camas metálicas con parejas copulando, retículas de un millar de hamacas, yonquis poniéndose el torniquete para un chute, fumadores de opio, fumadores de hashish, gente comiendo, hablando y bañándose en medio de una nube de humo y vapor.
Mesas de juego donde se hacen apuestas increíbles. De vez en cuando, un jugador se levanta con un grito de desesperación: un viejo le ha ganado su juventud o se ha convertido en latah de su adversario. Pero hay apuestas más altas que la juventud o el latah, juegos en los que sólo dos jugadores en todo el mundo saben cuál es la apuesta.
Las casas de la Ciudad están todas juntas. Casas de tierra —mongoles de las montañas, entornados los ojos por el humo, en el umbral—, casas de bambú y de teca, casas de adobe, de piedra, de ladrillo rojo, casas del Pacífico Sur, casas de maoríes, casas en árboles y en gabarras de río, casas de madera de treinta metros de largo que acogen tribus enteras, chabolas de cartón y chapa de bidones vacíos donde unos viejos sentados entre andrajos cuecen su aguardiente casero, grandes vigas de hierro oxidado se elevan a más de cincuenta metros por encima de ciénagas y basureros con peligrosos tabiques levantados sobre plataformas de varios niveles y hamacas que se columpian en el vacío.
Expediciones con propósitos desconocidos parten hacia lugares desconocidos. Llegan extranjeros sobre balsas de cajas de cartón atadas con cuerdas podridas, surgen tambaleantes de la selva con ojos hinchados, cerrados por picaduras de insectos, bajan por los senderos de las montañas con los pies destrozados, sangrantes, por los ventosos arrabales polvorientos de la ciudad, donde la gente defeca en fila junto a paredes de adobe y buitres pelean por unas cabezas de pescado. Se dejan caer sobre parques en paracaídas remendados... Un policía borracho los acompaña a registrarse en un amplio urinario público. Los papeles con los datos se ponen en unos clavos para que sirvan de papel higiénico. "



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