Maggie, una chica de la calle (fragmento)Stephen Crane
Maggie, una chica de la calle (fragmento)

"Maggie sentía una profunda compasión por la pareja errante que se profesaba su amor en las tormentas de nieve bajo los alegres colores de la ventana de una iglesia. En el interior, un coro entortaba la canción «Alegría en el mundo». Para Maggie y el resto del público, la escena adquiría un realismo trascendente. La felicidad siempre mora en el interior, y ellos, al igual que el actor, quedaban inevitablemente fuera. Viendo aquello, se sumergían en un éxtasis de lástima por su propia condición, real o imaginaria.
La joven pensaba que la arrogancia y la frialdad del corazón del magnate de la historia estaban muy bien logradas. Secundaba los insultos que el público de la galería lanzaba contra ese individuo cuando el diálogo lo obligaba a revelar su extremo egoísmo.
Personas en la sombra entre el público se rebelaban contra las maldades descritas en el drama. Abucheaban con empeño el vicio y aplaudían la virtud. Los hombres de probada maldad evidenciaban una sincera admiración por la virtud.
La ruidosa galería se mostraba totalmente a favor de los oprimidos y los desgraciados. Animaban con sus gritos al incansable héroe e insultaban al malo, abucheándolo y criticando su arrogancia. Cuando alguien fallecía en medio de esas tormentas de tonos verdes pálidos, la galería se lamentaba. Contemplaban con interés esa desgracia imaginada y la abrazaban como propia.
El héroe, en su errática marcha desde la pobreza en el primer acto hasta la riqueza y el triunfo en el último, cuando perdonaba a los enemigos que habían sobrevivido, siempre recibía el apoyo del público, que aplaudía sus nobles y generosos sentimientos y atacaba los discursos de sus oponentes haciendo observaciones irrelevantes pero muy agudas. El público se enfrentaba continuamente con los actores que habían tenido la mala fortuna de que les tocara el papel del malo. Si uno de ellos declamaba su parte en la que pudiera darse una sutil distinción entre el bien y el mal, la galería se daba cuenta inmediatamente de si las intenciones del actor eran perversas, y lo abucheaban como se merecía.
El último acto siempre acababa con el triunfo del héroe, de procedencia humilde y pobre como las masas, que representaba al público, ante el malo y el rico, el hombre de corazón tiránico que se mostraba imperturbable ante el sufrimiento.
Maggie siempre salía con el espíritu renovado cada vez que veía uno de esos melodramas. Se alegraba de ver cómo los pobres y los virtuosos vencían a los ricos y perversos. Se preguntaba si la cultura y el refinamiento que había visto imitados en el escenario, con cierta exageración, por la heroína, podrían estar al alcance de una joven que vivía en una casa de apartamentos y trabajaba en un taller de camisas. "



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