La revolución cultural (fragmento)Luis Antonio de Villena
La revolución cultural (fragmento)

"El tono ligero junto a la imagen más seductora crean ese aire de despreocupación, de libertad, de belleza dispuesta y bohemia que quiere ser el poema.
Pero la parte más importante de la obra de Rimbaud la componen sin duda los dos últimos grandes poemas: Una temporada en el Infierno, y Las Iluminaciones. Prosa, versículo o verso corto, estamos en un cénit simbolista. Incluso en una consecuencia ya del simbolismo. Lautréamont, el surrealismo (Bretón decía Rimbaud es surrealista en la vida práctica y en todo) y la subversión están cerca. El poeta es visionario y vidente. Se introduce en el lenguaje. Prueba lo desconocido. La belleza ya no brota de una búsqueda consciente de armonía y ritmo como en la obra anterior (aunque en Rimbaud, ya vimos, entraba siempre el habla de la calle) sino del descenso (o ascensión) a todas las sensaciones, a todos los venenos, a todos los vinos. Las imágenes se atropellan y gritan. Saltan. La metáfora libresca se une al desgarrón de la palabra usadísima. Los colores se juntan y se repelen. Flotan las sinestesias. El poeta quiere sentirse plenamente. Hacer de su poesía vida. Palpar. Explorar lo que es la verdadera realidad humana. Ahora ya plenamente el texto se ha convertido en la libertad y el goce sentidos. En sí mismo —en palabras, en belleza, en gestos— el texto es expresión de una búsqueda, de una inquietud, de un placer mundano. Es cuerpo. Y su lectura cuestiona la actitud del lector. Este puede maniobrar y trabajar su propio sentir entre las imágenes y las sensaciones. Hasta ahí el texto es abierto. Pero antes de entrar —si no participa— es rechazado. Los poemas finales de Rimbaud son una caza y un encuentro. Cacería de algo que debe perseguirse siempre. Y encuentro de ese algo —del goce, de la libertad, de la búsqueda misma— en el texto. Un texto de una gran belleza, desenfrenada, inquieta, donde la imagen (y éste es un gran signo de poesía moderna) pierde la mera función ilustrativa o indicadora, para hacerse autónoma. En la palabra se juntan todos los sentidos, y no hay —decimos— mayor consecuencia o más alta puesta en práctica de la sinestesia (perfumes dulces, tactos verdes) de los simbolistas.
Esa fusión vida-poesía. Esa búsqueda de una realidad apasionada a través del poema, no cabe dentro del estrecho marco de la sociedad burguesa ni de sus consecuencias. El poeta es decididamente (y lo sabe) contracultural. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimientos, de locura; busca él mismo, agota en sí todos los venenos, para no guardar sino las quintaesencias. La poesía que surge de esto es, además de una rebelión, un logro.
Pero después Rimbaud se marcha. Viaja y hace comercio. No vuelve a escribir. ¿Por qué? Cualquier respuesta que demos a esta pregunta es —como su personaje— contracultural. Tal vez sentía que ya no podía escribir más. Que su voz se había callado. Tal vez buscaba nuevas realidades a través de un cambio del entorno material. Un más allá poético. Tal vez, en un camino que nos lo acercaría a Juan Ramón Jiménez, entendió que al final la poesía pura no debe escribirse. Que al final no hay palabras. Que éstas se incendian, se queman en el músculo. En cualquier caso Rimbaud no quiso seguir la profesión. Si ya había hecho su obra ¿a qué acomodarse a un grisáceo papel social? Si buscaba no era aquélla la sociedad en que podía encontrar. Si el poema es inefable, debe vivirse plenamente. El cuerpo debe lanzarse a todo. La respuesta en cualquier caso es rebelde, decíamos, contracultural. "



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