Kyra Kyralina (fragmento)Panait Istrati
Kyra Kyralina (fragmento)

"Entretanto, barba Yani envejecía.
Una enfermedad cardiaca lo volvía cada año menos capaz de ganarse el pan. El cansancio lo abrumaba. La tristeza iba apoderándose de él poco a poco. Yo tenía veintidós años, era fuerte, valiente y espabilado.
Unos pocos ahorros que habíamos conseguido reunir me decidieron a pedirle que descansara, y para que el reposo le sentara mejor, elegí, como sitio para retirarnos, un país aún desconocido para nosotros: los montes del Líbano.
¡Oh, el hermoso y triste Líbano! ¡Sólo con recordar el año transcurrido allí, mi corazón se estremece de placer y sangra al mismo tiempo!… ¡Ghazir!… ¡Y tú, Dlepta!… ¡Y tú, Harmon!… ¡Y tú, Malmetein!… ¡Y vosotros, cedros de largos brazos fraternales, que parecéis querer abrazar toda la tierra! ¡Y vosotros, granados, que os conformáis con tres puñados de musgo reunido en la grieta de una roca para poder ofrecer al viajero perdido vuestra jugosa granada!… ¡Y tú, Mediterráneo, que te entregas, voluptuoso, a las caricias de tu dios llameante y que despliegas tu inmensidad inmaculada ante las pobres ventanas de las casitas libanesas, colgadas ante el infinito!… ¡A todos os digo adiós!… No volveré a veros, pero mis ojos guardarán eternamente el recuerdo de vuestra única y dulce luz… Esa luz se ha ensombrecido en mi memoria… La vida no quiso que mi alegría fuera completa…
Pero, Señor, ¿dónde y cuándo nos ofrece la vida alegrías plenas?
Nos detuvimos en Ghazir, un pueblo pintoresco como lo es casi todo el Líbano, situado en una meseta protegida. Éramos los únicos huéspedes de una mujer de avanzada edad, artrítica, que vivía sola: Set Amra, una árabe cristiana como todos los libaneses. Aunque nosotros éramos ortodoxos y ella católica, al ser cristianos fuimos bien recibidos. Y he aquí otra historia, porque mi vida es rica en historias.
En Ghazir habíamos decidido que trabajaría sólo yo. Barba Yani, enfermo, se paseaba buscando granadas y matando culebrillas. Manteníamos largas conversaciones con Set Amra mientras fumábamos nuestros narguiles. Así descubrimos que ella también tenía una pena.
Estaba sola en el mundo, y esa soledad corroía su alma. Su única hija —una chica de unos veinte años— se encontraba en Venezuela, adonde había ido con su padre para hacer fortuna, como era costumbre entre los habitantes del Líbano. Pero el viejo había muerto hacía ya un año y tras su muerte las cartas de América eran cada vez más escasas. Selina —la joven— no era pobre. Llevaba un buen negocio de joyas. A pesar de todo, su corazón no derrochaba demasiadas atenciones para con su madre. Se olvidaba de ella, y Set Amra se veía obligada a pasar días enteros comiendo sólo pan. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com