La huida del tiempo (fragmento)Josep Pla
La huida del tiempo (fragmento)

"Lo más difícil, cuando se tiene un barco y se hace la vida del mar, es no añorar la tierra, es decir, acostumbrarse a esta vida. En todas las épocas, muchos han sido los hombres —sobre todo de tierras adentro— que han sentido, durante un tiempo más o menos largo, la atracción del mar. Sin embargo, pocos han sido los que han mantenido de una manera avivada esta atracción. El mar es fabuloso y va unido, en la imaginación, con las formas más sensuales, con los apetitos más epidérmicos. Pero el mar engancha sólo excepcionalmente. ¿Qué tendrá el mar para despertar en el hombre tanto interés y tanto olvido, tanta pasión y tanta frialdad?
El mar exige quizás un determinado temperamento. Este temperamento se tiene o no se tiene. No se puede improvisar. En un momento determinado de la vida todo el sistema anímico de una persona tiende a sentir por el mar una fascinación embriagadora, intensa, febril. Pero de no existir el temperamento, esta fascinación se diluye de pronto y no deja rastro. Y esto sucede aún en el caso de considerar el mar como el marco de un deporte cualquiera. El mar es el deporte que tiene más aficionados... retirados. Si sucediera lo mismo en el automovilismo, el número de coches que circularían sería bastante menor que el cotidiano. ¿Por qué será?
Años atrás escribí a un joven amigo: «Me dicen, mi querido Santiago, que tu afición al mar es cada vez mayor, que nadas como un pez, que te gusta pescar, que te interesan los vientos y las estrellas y que has salido a velear este verano con un botecillo, una cangreja y un foque. Esto está bien. Hace ya muchos años que para mí el mar es la distracción máxima. Pero voy a decirte una cosa: la afición al mar, que puede llegar a ser muy viva, puede también perderse con una gran facilidad. El mar es, imaginativamente hablando, muy bello. En la realidad, ya no lo es tanto. A veces puede llegar a ser una cosa muy desagradable. Lo importante, a mi entender, para conservar toda la vida la afición al mar, es hacer todo lo posible para que no te pille un día en que esté odioso. Mi experiencia me dice que los aficionados más irruentes e irreflexivos son los primeros que se cansan del mar. Les pilla un día malo, pasan un momento de miedo, atraviesan una contrariedad o una molestia aguda, y su pasión al rojo vivo se diluye en un instante. Y lo peor es que se diluye sin dejar rastro y sin que exista la probabilidad de que la ilusión renazca. Piensa que las cosas nos son tanto más antipáticas cuanto mayor sea el ridículo que nos hayan hecho hacer en un momento determinado. ¿Todo eso te sorprende? Sin embargo, te voy a formular con toda claridad el axioma de los marineros y navegantes. Es éste: lo más importante del mar es la tierra que lo circunda, y lo más agradable de la tierra que circunda al mar son los cafés. Curioso, ¿verdad? Es así. Ya sabes que por prudencia es siempre preferible dejar a los axiomas su solidez rutilante. No olvides este axioma y conservarás toda tu vida la afición y el amor al mar.»
Este axioma es cierto todo el año... menos, quizás, durante las semanas que están transcurriendo. La segunda quincena de mayo y el mes de junio constituyen en esta parte del Mediterráneo la época más agradable del año. Este es el tiempo de las grandes calmas, de las brisas suaves, de los cielos despejados, de las temperaturas más apropiadas a nuestras modestas defensas naturales. El tiempo de invierno —larguísimo— pasa sobre nuestra piel, en este país, generalmente, de una manera rugosa, a veces inhóspita, desapacible. El verano es húmedo, ventoso, triste, la luz desagradable y cruda, de un africanismo concentrado entre ceja y ceja. El otoño es vago y corto. La primavera, invisible. ¡Ah!, pero la segunda quincena de mayo, el mes de junio son en el mar que tenemos a la vista, el tiempo ideal, el tiempo de las maravillas. "



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