El purgatorio (fragmento)Gonzalo Drago
El purgatorio (fragmento)

"Después del toque de silencio alguien em­puja la puerta suavemente. Es una visita in­esperada. El oficial de guardia, en su ronda nocturna, ha querido pasar a vernos. Es un teniente bajo, moreno, grueso, con rostro de araucano, enfundado en un flamante unifor­me alemán. El sargento Neira acude presu­roso y se cuadra ante su jefe, con el alma achatada por la disciplina jerárquica. El te­niente murmura algunas palabras que no al­canzo a comprender y en seguida se pasea lentamente a lo largo de nuestra cuadra, ob­servando los rostros de los reclutas. Todos fingimos dormir, pero cuando nos da las es­paldas, abrimos los ojos y seguimos sus movimientos en silencio, acechando su actitud de puma hambriento.
El teniente parece que tiene pocos de­seos de marcharse. Tal vez prefiere la atmós­fera pestilente de la cuadra al aire frío y hú­medo del exterior. Prolonga su paseo hasta la pieza vecina y vuelve lentamente, casi sin hacer ruido. De pronto, en el extremo opues­to de donde se encuentra, alguien desahoga el vientre en forma sonora. Se escuchan ri­sas sofocadas.
[...]
En la vida de Román hay un pequeño misterio: la procedencia de sus cigarrillos. Todos los días se fuma una cajetilla y le so­bran para repartir entre sus compañeros. Es un muchacho listo, despierto y con pocos es­crúpulos. Ahora se ha conseguido una mar­mita vieja y ha botado el tarro de conservas como un trasto inútil, el que ha sido dispu­tado violentamente entre dos reclutas de la segunda compañía.
Tenemos café en abundancia. Aquí esta­mos en un rincón del bosque. Algunas veces nos acompaña "Pampanito", fumando sus cigarrillos aromáticos. Pero luego se abu­rre y se marcha, disgustado por nuestro mu­tismo. Román habla poco y en eso nos pa­recemos. Ahora está frente a mí, con el cue­llo del capote subido para protegerse la nuca y las orejas del viento húmedo y helado que llega desde la playa, con las manos alarga­das hacia la llama que crepita. Fuma en si­lencio, con gestos de viejo. Después de cada chupada, mira el cigarrillo y no lo arroja hasta que la colilla le quema los dedos. En­tonces, inevitablemente, lo tira a lo hoguera.
Deseo preguntarle por la procedencia de los cigarrillos habanos que me obsequia, pe­ro temo ser indiscreto. No quiero herirlo. Lo estimo demasiado para hacerle pregun­tas que quizás no quisiera contestarme. Es tan buen camarada, tan fraternal, que me causaría pena ofenderlo. Tiene todas las bue­nas cualidades del hombre que ha tenido que abastecerse a sí mismo durante toda su vida. Algunas veces desaparece misteriosa­mente después del trabajo diario y llega cuando se acerca el toque de retreta. "



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